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it-eso-stephen-king

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llegado al Memorial Park, que se elevaba en laladera de la colina de la torre–depós<strong>it</strong>o. Y a menosque estuviera viendo mal, la torre tenía unamarcada inclinación, como esa chapuza que habíanhecho en Pisa y que figuraba en todas las cajas defideos. "¡Vaya!", exclamó Andrew Keene, abriendolos ojos (a esa altura parecían conectados apequeños r<strong>eso</strong>rtes) mientras empezaban los ruidosde madera astillada. La inclinación de la torre setornaba más y más pronunciada ante eseespectador de vaqueros pegados a unaspantorrillas flacas y diadema empapada que lechorreaba en los ojos.Por el lado del centro se estaban desprendiendolas ripias blancas, soltando chorr<strong>it</strong>os. Y a unos seismetros de altura, sobre los cimientos de piedra,acababa de abrirse una nítida grieta. De prontoempezó a brotar agua por esa grieta; las ripiassoltaban bocanadas al viento. La torre empezó aem<strong>it</strong>ir un ruido crujiente, como si cediera, yAndrew la vio moverse como la manecilla de ungran reloj que pasara de las doce a la una, de la unaa las, dos. La bols<strong>it</strong>a de marihuana se le cayó de laaxila y quedó dentro de la camisa, cerca delcinturón. Ni siquiera se dio cuenta. Estabatotalmente absorto. Desde el interior de la torre–depós<strong>it</strong>o surgían ruidos vibrantes, como si seestuvieran rompiendo las cuerdas de la gu<strong>it</strong>arramás grande del mundo: eran los cables instaladosdentro del cilindro para equilibrar la presión del1889

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