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de volver a su neutral y agradable cara dedependiente. Pero sobre todo recordaba lasmejillas húmedas de su madre y su aliento caliente,agrio. La recordaba susurrándole al oído, una yotra vez: "No hagas <strong>eso</strong> nunca más, no lo hagasnunca más, nunca más." Era el cántico con que sumadre ahuyentaba los problemas. Lo mismo habíacantado un año antes, al descubrir que la cangurohabía llevado a Eddie a la piscina pública, unsofocante día de verano. Por entonces apenascomenzaba a ceder la epidemia de polio que habíaaterrorizado a todos al iniciarse la década. Sumadre lo había sacado a rastras de la piscinadiciéndole que no debía hacer <strong>eso</strong> nunca más,nunca más, mientras los otros niños los mirabancomo ahora los dependientes y los clientes. Y sualiento había tenido el mismo olor agrio.Su madre lo había sacado a rastras de lazapatería gr<strong>it</strong>ando a los dependientes que si a suniño le pasaba algo, les entablaría juicio a todos.Eddie pasó el resto de la mañana entre un surgir ydesaparecer de lágrimas aterrorizadas; ese día, elasma le molestó mucho. Por la noche, estuvodespierto varias horas después de loacostumbrado, preguntándose qué eraexactamente el cáncer, si era peor que la polio, siuno se moría de <strong>eso</strong>, cuánto tardaba y cuánto dolíaantes de morir. También se preguntó si despuésiría al infierno.El peligro había sido grave. De <strong>eso</strong> estaba170

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