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it-eso-stephen-king

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Comprendió entonces que la votación hechadurante la comida era inútil. No había modo, deretroceder, no hubieran podido. Estaban todossobre un sendero tan predeterminado, como, elsendero, de recuerdos que lo había hecho levantarla mirada al pasar bajo la escalera de caracol. Allí,en Derry, había un eco mortífero, y sólo cabíaesperar que ese eco pudiera ser alterado losuficiente para que les perm<strong>it</strong>iera escapar con vida.—Cielos –murmuró, frotándose una mejilla conla palma de la mano.—¿Puedo ayudarlo, señor? –preguntó una voz ala altura de su codo.Ben dio un pequeño respingo. Era unamuchacha de unos diecisiete años, de pelo rubiooscuro, que llevaba recogido a los lados de lacabeza con hebillas rectas. Ayudante debibliotecaria, por supuesto; también las habíahabido en 1958. Eran estudiantes de secundariaque ordenaban los libros en los estantes,enseñaban a los pequeños a usar el fichero,ayudaban con los deberes escolares y orientaban alos desconcertados estudiantes con lasbibliografías y las notas al pie. Se les pagaba unamiseria, pero siempre había jovenc<strong>it</strong>as dispuestas ahacerlo, porque era un trabajo agradable.Analizando con más atención la cara simpáticapero interrogante de la chica, recordó que él ya notenía nada que hacer allí: era un gigante en la929

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