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entraría – aseguró–. Quiero ver estas películas,Ben, pero no morir por ellas.—Además, si nos molestan podemos pedir aFoxy que los eche a patadas –sugirió Bev.Foxy era el señor Foxworth, el hombre enjuto ysombrío que dirigía el Aladdin. En ese momentoestaba vendiendo golosinas y palom<strong>it</strong>as de maízmientras canturreaba su letanía: "Esperen turno,esperen turno." Con su raído esmoquin y su camisaalmidonada, ya amarillenta, parecía un director depompas fúnebres en decadencia.Ben miró dub<strong>it</strong>ativamente a Bev, a Foxy y aRichie.—No puedes perm<strong>it</strong>ir que ellos dirijan tu vida –le reprochó Richie, suavemente–. ¿No te dascuenta?—Supongo que tienes razón –suspiró Ben.En realidad no estaba muy seguro, pero Beverlyhabía dado a la ecuación un nuevo giro. De no serpor ella, habría tratado de convencer a Richie deque dejaran el cine para otro día. En todo caso, lohabría dejado solo. Pero allí estaba Bev y él noquería pasar por gallina delante de la chica.Además, la idea de estar con ella en la galería, en laoscuridad (aunque Richie se sentara entre ambos,cosa muy probable), tenía un poderoso atractivo.—Esperaremos a que comience el espectáculoantes de entrar –dijo Richie. Con una gran sonrisa,608

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