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sujetárselo, haciendo una mueca, con los ojos enblanco y mordiéndose el labio inferior.—¿Quieres que llame a la enfermera, papá? –lepregunté, alarmado.—No, no, ya pasará. Lo peor de esto, Mikey, esque no puedes reírte cuando tienes ganas. Cosa queocurre muy pocas voces.Guardó silencio por unos momentos. Ahoracomprendo que sólo esa vez estuvimos cerca demencionar lo que estaba matándolo.Tal vez habría sido mejor para ambos el haberhablado más.Él tomó un sorbo de agua y prosiguió:—De cualquier modo, los que no nos queríanallí no eran las pocas mujeres que recorrían esaspocilgas ni los leñadores que iban a buscarlas, sinolos cinco viejos del Concejo Municipal, ellos y losdiez o doce que los apoyaban: la vieja guardia deDerry, ¿comprendes? Ninguno de ellos habíapisado nunca el Paraíso ni el Rincón de Wally; ellosse emborrachaban en el club campestre que porentonces estaba en las Lomas de Derry, peroquerían asegurarse de que ninguno de <strong>eso</strong>sleñadores ni de esas zorras viejas se contaminaracon la compañía de los negros de la compañía E.Así que el mayor Fuller le dijo:—Yo nunca los quise aquí. Sigo pensando quees un error. Deberían enviarlos de nuevo al Sur, o a784

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