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de decirle lo que le había ocurrido en enero. Abrióla boca y algo, una intuición poderosa, se la cerró.¿Qué era ese algo, exactamente? Intuición. Nimás ni menos. Hasta los niños pueden intuir lascomplejas responsabilidades de los mayores de vezen cuando y percibir que, en algunos casos, es másbondadoso guardar silencio. Fue <strong>eso</strong>, en parte, loque indujo a Ben a cerrar la boca. Pero había algomás, algo no tan noble. Su madre podía ser dura.Podía ser autor<strong>it</strong>aria. Nunca lo llamaba "gordo",sino "grande" ("demasiado grande para tu edad") ycuando había sobras de la cena, con frecuencia selas llevaba a él, que estaba viendo la tele ohaciendo sus deberes, y él las comía, aunque unaparte borrosa de su persona se odiaba por hacerlo(pero no a su madre por ponerle la comida delante.Ben Hanscom jamás se habría atrevido a odiar a sumadre; Dios lo habría fulminado con un rayo, sihubiera sentido, siquiera por un segundo, unaemoción tan malvada y desagradecida). Y unaparte aún más borrosa de sí mismo, el lejano Tíbetde sus pensamientos más profundos, sospechabalos motivos ocultos que llevaban a su madre aadministrarle esa alimentación constante. ¿Erasólo amor maternal? Sí, sin duda. Pero... éldudaba. Ella ignoraba que Ben no tenía amigos.Esa falta de conocimiento le inspirabadesconfianza. No sabía cuál podía ser la reacciónde su madre ante lo que le había pasado en enero.Si algo había pasado. Volver a las seis y quedarse315

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