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el coche y el estado se hizo cargo de su entierrodespués de que Henry fuera llevado al manicomio,delirando y aullando que veía monstruos."Si el que está adentro es él no creo podersoportarlo", pensó Henry, apretando la navaja,mientras se balanceaba para poder ver el bulto trasel volante.Entonces se abrió la puerta del pasajero, seencendió la luz interior y el conductor se volvió amirarlo. Era Belch Huggins. Su cara era una ruinacolgante. Le faltaba un ojo y tenía un agujero depodredumbre en la mejilla reseca por donde se leveían los dientes ennegrecidos. Sobre la cabezallevaba la gorra de béisbol que tenía puesta el díade su muerte. Estaba vuelta hacia atrás, con lavisera cubierta de moho verde.—¡Belch! –exclamó Henry.El dolor le corrió hacia arriba desde el vientrehaciéndole gr<strong>it</strong>ar otra vez sin palabras.Los labios muertos de Belch se estiraron en unasonrisa abriéndose en pliegues grises, desangrados.Tendió una mano retorcida hacia la portezuelaabierta a modo de inv<strong>it</strong>ación.Henry vaciló por un instante. Luego cruzó pordelante del Fury dándose tiempo para tocar elemblema en forma de V, tal como hacía siemprecuando el padre lo llevaba a Bangor, al salón deventas. Cuando llegó al otro lado, una mancha grislo abrumó en una suave ola. Tuvo que sujetarse de1647

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