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it-eso-stephen-king

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pies en los pedales y, cuando empezaba a tomarvelocidad, una de las manos del vagabundo golpeóel cesto. La bicicleta se estremeció. Eddie miró porencima del hombro y vio que el vagabundo corríajunto a la rueda trasera con los labios contraídos,descubriendo las manchas negras de sus dientes enuna expresión que podía ser de desesperación o defuria.A pesar de las piedras que tenía en el pecho,Eddie aumentó la velocidad de su pedaleotemiendo que aquellas manos cubiertas de costrasse cerraran alrededor de su brazo, arrancándolo desu Raleigh para arrojarlo en la zanja, donde sóloDios sabía qué podía pasarle. No se abrevió a miraratrás hasta haber pasado como un rayo delante dela escuela religiosa y la intersección con lacarretera 2. Por entonces, el vagabundo habíadesaparecido.Eddie se reservó aquella terrible anécdotadurante casi una semana. Por fin, la confió a RichieTozier y a Bill Denbrough mientras leíanhistorietas sobre el garaje.—No tenía lepra, gilipollas –dijo Richie–. Erasífilis.Eddie miró a Bill para ver si Richie le estabatomando el pelo; era la primera vez que oía hablarde una enfermedad llamada siflis y parecía inventode Richie.—¿Existe esa siflis, Bill?529

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