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it-eso-stephen-king

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desprendieron con horrible facilidad, casi todasaún enteras. Andrew reconoció una de ellas;pertenecía a la familia Karl Massensik. El señorMassensik había sido su maestro de sexto curso,un verdadero cancerbero. Mientras la casa se ibacuesta abajo, Andrew vio que aún ardía una vela enuna ventana y se preguntó si su mente no estabaagregando detalles imaginarios. En Los Barrens seprodujo una explosión y una breve llamaradaamarilla: una lámpara de gas había prendido fuegoal ace<strong>it</strong>e que brotaba de un depós<strong>it</strong>o decombustible roto.Andrew miró al otro lado de Kansas Street,donde cuarenta segundos antes había una pulcrahilera de casas de clase media. Habíandesaparecido como por ensalmo. En el mismo s<strong>it</strong>iose veían diez agujeros de sótano que parecíanpiscinas. Andrew quiso expresar su opinión de que<strong>eso</strong> era una locura, pero ya no podía chillar. Sentíael diafragma débil e inútil. Oyó una serie de golpessecos, crujientes, como los que haría un gigante albajar por una escalera con los zapatos llenos degallet<strong>it</strong>as. Era la torre–depós<strong>it</strong>o que rodaba colinaabajo: un inmenso cilindro blanco que aúnderramaba los restos de su contenido; los gru<strong>eso</strong>scables que ayudaban a mantenerla íntegra volabanpor el aire y se estrellaban como látigos de acerocontra la tierra blanda, provocando surcos que,inmediatamente, la lluvia torrencial llenaba deagua. Ante la vista de Andrew, que mantenía la1891

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