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it-eso-stephen-king

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Dio un tirón terrible y sacó el álbum. Losostuvo ante sí como si fuera un endeble escudo sinpensar en lo que hacía, pero seguro de que era locorrecto.—¡Petirrojos! –vociferó en la oscuridad.Y por un momento, la cosa que se aproximaba(estaba a menos de cinco pasos) vaciló. Y por unmomento Stan sintió que la puerta cedía.Pero ya no estaba acurrucado contra ella. Seirguió en toda su estatura, en la oscuridad. Sehumedeció los labios y comenzó a entonar:—¡Petirrojos! ¡Grullas!¡Alondras! ¡Tanagrasescarlatas! ¡Grajos! ¡Carpinteros! ¡Paros!¡Ruiseñores! ¡Pelí...!La puerta se abrió con un chirrido de protesta yStan dio un paso hacia atrás, hacia el aireneblinoso. Cayo de espaldas en la hierba seca.Había doblado el álbum casi por la m<strong>it</strong>ad; mástarde, aquella misma noche, descubriría las nítidashuellas de sus dedos, hundidos en la cubierta,como si estuviera encuadernado con algúnmaterial esponjoso y no en cartón duro.No trató de levantarse sino que clavó lostalones en el suelo arrastrando el trasero por elcésped resbaladizo. Tenía los labios apretados.Dentro de ese rectángulo oscuro veía ano dos paresde piernas por debajo de la sombra diagonalarrojada por la puerta, ahora entornada. Veíavaqueros que, al pudrirse, habían tomado un color735

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