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it-eso-stephen-king

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pulsos con otro tipo. Pero no fue un simpledesgarrón. La manga de esa camisa casi estalló,joder; salió volando de su brazo hecha jirones.Todo el mundo gr<strong>it</strong>aba y aplaudía. Alguien me diouna palmada en la espalda, diciendo: "Eso sí que esun pedo de pulseador, negro."Lo que quiero decir es que, si <strong>eso</strong>s hombreshubieran querido sacarnos de allí, no vernos en susbares cuando salían de los bosques para beberwhisky y gozar de mujeres, de carne y hu<strong>eso</strong>, noshabrían puesto de pat<strong>it</strong>as en la calle. Pero el hechoes, Mikey, que a ellos les daba lo mismo.Una noche, uno de ellos me llevó aparte. Medíaun metro ochenta, lo cual era mucho para aquellostiempos y estaba como una cuba; olía como uncesto de melocotones podridos. Creo que la ropa yacaminaba sola. Me mira fijo y me dice:—Oiga, señor, quiero preguntarle algo. ¿Ustedes negro?—En efecto –le respondí.—Commen ça va? –dice él en ese francés delvalle Saint John que parece casi el que hablan losmestizos del Mississippi. Y sonríe tanto que se leven los cuatro dientes–. ¡Me lo imaginaba! ¡Es quevi uno en un libro! También tenía <strong>eso</strong>s... <strong>eso</strong>s...Y como no sabe expresar lo que está pensando,me da una palmada en la boca.—Los labios gordos –dije.782

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