La crítica de Deleuze al psicoanálisis: el proyecto ... - e-spacio UNED

valores, creencias, etc., que nos conforman a partir de los diferentes acontecimientos. En cierto
modo, una verdadera revolución no sería posible o estaría muy limitada. El límite ontológico sería
político, atravesado por Edipo y la prohibición del incesto. Lo que estamos hallando en el esquema
psicoanalítico es un límite familiarista en la producción social, en la efectuación de la comunidad.
No importa que con Lacan este familiarismo se haga más abstracto puesto que entonces lo que
ocurre es que se piensa todo el mundo social e incluso el universo como familia y su devenir como
drama edípico. Este límite familiarista que Deleuze entiende como fortificado por el capitalismo, lo
entiende Lyotard como tendencialmente superado por el nomadismo que impone tal sistema.
Nosotros creemos, con Deleuze, que la familia nuclear funciona como dispositivo de control y de
privatización de los afectos del sistema capitalista. Nosotros hemos defendido en nuestra tesis una
reapropiación del par base-superestructuta a condición de entender el deseo como formando parte
del entramado infraestructural. La base sería la vida, su (des)orden, lo pulsional, lo dianisiaco, y la
superestructura sería, en cada caso, el orden, el sentido fabricado, las configuraciones más o menos
estables, lo apolíneo. Ambos planos se darían inmanentemente pero lo que hemos considerado a la
base tendría primado ontológico dado que vendría a ser como el punto cero o la “materia prima” de
toda construcción de sentido. Desde este punto de vista, nos gustaría rescatar, del estructuralismo,
al Lévi-Strauss que sigue creyendo en el primado de las infraestructuras, entendiendo así, que son
los cambios sociales los que provocan cambios culturales y que, por tanto, podría haber desde el
drama edípico y la prohibición del incesto, es decir, desde el escenario familiar, posibles aperturas.
Es decir, reivindicamos al Lévi-Strauss que, a pesar de establecer la prohibición del incesto como
el universal de lo social, nos permite pensar, desde el primado de las infraestructuras, incluso en
transformaciones de este universal. Siguiendo la pista de Francisco José Martínez, hemos
observado ya desde el Deleuze de Lógica del sentido, un Deleuze que se nutre de los conceptos
psicoanalíticos pero que los deslocaliza del familiarismo. En esta operación, Edipo constituye la
aparición de la noción moral de intención. El Inconsciente es ya, entonces, algo que hay que crear,
algo que cuyo advenimiento tenemos que posibilitar. Hemos querido salir del ensimismamiento
político de Lacan, de la constricción de lo social por lo cultural. Para ello, hemos defendido, con
Aristóteles y creemos, con los presocráticos, un primer principio ontológico que no es moral ni
político: hemos querido rescatar la Idea de Bien platónica eliminendo, sin embargo, su carácter de
primer principio moral o político. Para quedarnos con el Bien como puro bien ontológico, con el
Ser en lugar de la nada. Así hemos querido entender el Inconsciente como principio ontológico. El
problema del psicoanálisis y de cierto Platón (de ahí que hablemos de perversión del platonismo en
el seno del psicoanálisis) es que otorgan un carácter político al límite posibilitante, de tal manera
que se impide cualquier verdadero acontecimiento político, puesto que todo lo político estaría
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