La crítica de Deleuze al psicoanálisis: el proyecto ... - e-spacio UNED

sería, según Deleuze, el programa del transhombre, tal vez como un devenir-animal. La apuesta
freudiana frente a los malestares de la represión sería el programa basado en la sublimación o
canalización alternativa de las pulsiones. En cualquier caso, Freud estaría condenando a los
instintos, que para Nietzsche son divinos, a desaparecer. La ambivalencia de nuestros pensadores
respecto de la ecuación represión-civilización motiva otra resonancia entre ambos. En nuestra tesis
hemos expuesto algunos pasajes que confirman la ambivalencia en la evaluación del proceso
cultural humano y los malestares y conquistas que ha supuesto. La llamada a la renaturalización de
la cultura es, no obstante, más clara en Nietzsche y la fascinación por el progreso algo más acusada
en Freud. Del mismo modo, Nietzsche apostaría por el Inconsciente mientras que Freud celebraría
el imperio de la conciencia y del yo. Hemos de destacar con Marcuse que el principio de realidad
como criterio fundamental del yo tiene mucho de principio de producción del capitalismo. Adaptar
nuestro deseo al principio de realidad sería, por tanto adaptarlo a una concepción ideológica de la
realidad. También conviene recordar que, aun siendo el proceso de sublimación diferente del
proceso represivo en la medida en que la sublimación da lugar a un resultado más productivo y
más positivo, el programa de la sublimación implicaría condenar todas o gran parte de las
pulsiones. Si los instintos hay que sublimarlos es porque ya se están valorando negativamente lo
cual es, cuanto menos, dudoso desde el punto de vista nietzscheano. Nietzsche estaría más cerca de
reivindicar la liberación de las pulsiones vitales como saber inconsciente necesario para la vida,
que de programar la sublimación como libertad respecto de los instintos, dado que esta libertad se
le antojaría, como el sujeto, ficción. Puede, además, que el transhombre de Nietzsche sea, según
interpretan Vattimo y Deleuze, el que se crea fuera del conflicto edípico y fuera, por tanto, de la
sublimación que canalizaría las pulsiones edípicas hacia zonas culturalmente productivas. Es por
esto que se nos ha hecho ineludible un repaso por los conceptos de deseo y de amor y amistad en
los pensadores clásicos. Para ello hemos recurrido principalmente al pensamiento griego para el
que esta cuestión era sumamente querida, por cuanto entendían que el deseo producía encuentros y
que estos encuentros amistosos o amorosos funcionaban como ligamento social y en ellos se
entretejía el vínculo político y la formulación y reformulación del lazo comunitario. Con ayuda de
los griegos hemos indagado la posibilidad de un deseo productivo y de un amor no edípico. En
Freud nos encontramos en una encerrona según la cual la sublimación de las tendencias edípicas
daría lugar a los frutos de la cultura, siendo lo edípico realmente irrebasable: es lo que debe ser
reprimido para vivir civilizadamente pero es, al mismo tiempo, la pasión de la que surgirían las
identificaciones, las empatías y la sociabilidad. Salir del esquema edípico es lo requerido para un
verdadero acontecimiento político. Advirtamos además, con Deleuze, que tanto Edipo como la
prohibición del incesto piden ya los nombres de la familia, sea esta entendida en términos de
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