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COMENTARIO EXEGETICO Y EXPLICATIVO DE LA BIBLIA TOMO I ...

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LIBRO <strong>DE</strong>L PROFETA JEREMIAS<br />

INTRODUCCION<br />

760<br />

Jeremías, hijo de Hilcías, uno de los sacerdotes comunes, residente en Anatot, tierra de Benjamín (cap. 1:1), no fué<br />

el sumo sacerdote Hilcías quien encontró el libro de la Ley (2 Reyes 22:8), pues si hubiese sido él mismo, se le habría<br />

[PAG. 657] designado como “el sacerdote” o “el sumo sacerdote”. Además, su residencia en Anatot, demuestra que<br />

pertenecía a la línea de Abiatar, depuesto del sumo sacerdocio por Salomón (1 Reyes 2:26–35), a raíz de lo cual esa<br />

función pasó a la línea de Sadoc, en la que subsistió. Se hace mención de Jeremías en 2 Crónicas 35:25; 36:12, 21. El año<br />

629 a. de J. C., el décimotercio del rey Josías, cuando aun era muy joven (cap. 1:5), Jeremías recibió su llamamiento<br />

profético en Anatot (cap. 1:2); y juntamente con Hilcías el sumo sacerdote, la profetisa Hulda y el profeta Sofonías,<br />

contribuyó a llevar adelante la reforma religiosa emprendida por Josías (2 Reyes 23:1–25). Entre los primeros cargos<br />

que le fueron confiados, figura el de que había de ir a Jerusalén a proclamar el mensaje de Dios (cap. 2:2). Emprendió<br />

asimismo una excursión oficial por las ciudades de Judá para anunciar en ellas el contenido del libro de la Ley,<br />

hallado en el templo (cap. 11:6), cinco años después de su llamamiento a profetizar. A su regreso a Anatot, sus<br />

conterráncos, ofendidos por sus reproches, se confabularon para matarlo. Para escapar de esa persecución (cap. 11:21),<br />

así como también de la de su misma familia (cap. 12:6), partió de Anatot y se avecindó en Jerusalén. Durante los diez y<br />

ocho años de su ministerio durante el reinado de Josías, se le dejó en paz; también se le dejó tranquilo durante los tres<br />

meses del reinado de Joacaz o Sallum (cap. 22:10–12). Con el advenimiento de Joacim, al trono, se hizo evidente que la<br />

reforma de Josías no hiciera otra cosa que reprímir enérgicamente la idolatría y establecer el culto de Dios. Entonces<br />

los sacerdotes, los profetas y el pueblo condujeron a Jeremías ante las autoridades, manifestando insistentemente que<br />

debía ser condenado a muerte por anunciar el mal que vendría sobre la ciudad (cap. 26:8–11). Sin embargo los<br />

príncipes, especialmente Ahicam, se interpusieron en su favor (cap. 26:16, 24), mas se le detuvo o al menos se estimó<br />

prudente el que no apareciese en público. En el cuarto año de Joacim (606 a. de J. C.) le fué ordenado que escribiese las<br />

predicciones que oralmente había proferido y las leyes al pueblo. Mas como estaba detenido, no pudo ir él en persona<br />

a la casa de Jehová (cap. 36:5); en consecuencia, delegó en Baruc, su amanuense, la misión de leerlas en público el día<br />

del ayuno. Los príncipes, entonces, aconsejaron a Baruc y a Jeremías que se escondiesen para evitar el desagrado del<br />

rey. En el ínterin, ellos leyeron el rollo al monarca, quien se enojó tanto que lo rasgó con un cuchillo de escribanía y lo<br />

arrojó al fuego, y al mismo tiempo ordenó que prendiesen al profeta y a Baruc. Con todo pudieron evitar la violencia<br />

de Joacim, el cual ya había dado muerte al profeta Urías (cap. 26:20–23). Baruc volvió a escribir en otro rollo las<br />

mismas palabras, pero con profecías adicionales, (cap. 36:27–32). Durante los tres meses del reinado de Joaquín o<br />

Jeconías, Jeremías profetizó la deportación del rey y de la reina madre (cap. 13:18; 22:24–30; véase 2 Reyes 24:12). En<br />

ese reinado fué encarcelado por breve tiempo por Pashur (cap. 20), principal gobernador de la casa de Jehová; mas al<br />

ascender Sedequías al trono, fué puesto en libertad (cap. 37:4), pues el rey envió a él a Pashur y a Sofonías que le<br />

dijesen: “Pregunta a Jehová” cuando Nabuco donosor subió contra Jerusalén (cap. 21:1–3, etc.; 37:3). Los caldeos, al oír<br />

que el ejército de Faraón se acercaba, se alejaron de Jerusalén (cap. 37:5); pero Jeremías advirtió al rey que los egipcios<br />

lo abandonarían, y que los caldeos regresarían y pondrían a fuego la ciudad (cap. 37:7, 8). Los príncipes, irritados al<br />

oír esto, hicieron que Jeremías se alejara de la ciudad durante la tregua, lo que les sirvió de pretexto para encarcelarlo,<br />

alegando que desertaba a los caldeos (cap. 38:1–5). Jeremías habría perecido en la mazmorra de Malquías, si no<br />

hubiese intercedido por él Ebedmelec, el etíope (cap. 38:6–13). Aunque Sedequías consultó a Jeremías en secreto, sus<br />

príncipes se dieron cuenta de esta entrevista, y lo indujeron a dejarlo en la cárcel (cap. 38:14–28) hasta que Jerusalén<br />

fué tomada. Nabucodonosor ordenó a su capitán, Nabuzaradán, que lo pusiese en libertad, de suerte que pudiese<br />

hacer como mejor le placiera, ya fuera ir a Babilonia, o permanecer con el resto del pueblo en Judea. Mas él, como<br />

verdadero patritoa, no obstante los cuarenta años y medio durante los cuales su patria le había recompensado sus<br />

servicios con el abandono y la persecución, se quedó con Gedalías, gobernador de Judea, designado por<br />

Nabucodonosor para ese cargo (cap. 40:6). Después del asesinato de Gedalías por Ismael, Johanán, reconocido como<br />

jefe del pueblo, temeroso de que los caldeos vengasen el asesinato de Gedalías huyó con la gente a Egipto, y obligó a<br />

Jeremías y a Baruc a que lo acompañasen, pese a la amonestación del profeta de que el pueblo perecería en caso de<br />

que descendieran a Egipto; pero que serían protegidos si permanecían en sutierra (caps. 41; 42; 43). Al llegar a Tafnes,<br />

ciudad fronteriza, situada en el brazo del Nilo llamado Tanítico o Pelusio, Jeremías profetizó la derrota de Egipto (cap.<br />

43:8–13). Es tradición que murió en aquel país. Según el Seudo Epifanio, fué apedreado en Tafnes o Tahpanhes. Tanto<br />

lo veneraron los judíos, que creyeron que resucitaría de entre los muertos para ser el precursor del Mesías (Mateo<br />

16:14).

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