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max-weber-economia-y-sociedad

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1084 SOCIOLOGÍA DE LA DOMINACIÓNrios" -como lo fueron el boss norteamericano y también el "election agent"inglés- ya como funcionarios de sueldo fijo. En el aspecto formal se produceuna vasta democratización. Ya no es la fracción parlamentaria la que elaboralos programas correspondientes ni tienen ya los honoratiores locales ladesignación de los candidatos en sus manos, sino que son las asambleas delos miembros organizados de los partidos las que los eligen, enviando delegadosa las asambleas de orden superior, de las que hasta el "día del partido"puede haber varias. En realidad, sin embargo, el poder está por supúestoen manos de aquellos que prestan su trabajo de modo continuoen la empresa, o bien de aquellos otros de quienes -en calidad de mecenas,por ejemplo, o de directores de poderosos clubes de intereses políticos (TammanyHall)- la empresa depende, en su marcha, pecuniaria o personalmente.Lo esencial está en que todo ese aparato humano -la "máquina"como en los países anglosajones se lo designa acertadamente- o, mejor dicho,los que lo dirigen, están en condiciones de mantener en jaque a losparlamentarios y de imponerles en grado considerable su voluntad. Y estoes particularmente importante en relación con la selección para la direccióndel partido. El jefe es sólo aquel al que la máquina obedece, aun por encimade la cabeza del Parlamento. La creación de semejantes máquinassignifica con otras palabras, el advenimiento de la democracia plebiscitaria.Por supuesto, el séquito partidista, ante todo el funcionario y el empresariodel partido, esperan de la victoria de su jefe un beneficio personal, yasean cargos u otras ventajas. De él, y no sólo de los distintos parlamentarios,y esto es lo decisivo. Esperan ante todo que la influencia demagógicade la personalidad del jefe atraiga al partido en las elecciones votos y mandatosy, con ello, mayores probabilidades de conseguir para los partidarios ypara sí mismos la retribución esperada. Y desde el punto de vista ideal, lasatisfacción de trabajar en devoción personal convencida para un individuo-este elemento carismático de todo caudillaje-, y no sólo en favor de unprograma abstracto de un partido formado por mediocridades es lo que constituyeuno de los estímulos más poderosos.Esta forma ha logrado imponerse, en lucha latente permanente con loshonoratiores locales y los parlamentarios, que tratan de conservar su influenciaen grado diverso. Entre los partidos burgueses, primero en los EstadosUnidos, y luego en el partido socialdemócrata, ante todo de Alemania. Se prcrducen reveses constantes, tan pronto, por ejemplo, como no se da un jefeuniversalmente aceptado, o aun habiéndolo hay que hacer continuamente concesionesa la vanidad y al espíritu interesado de los honoratiores. Y antetodo, la máquina puede también caer bajo el dominio de los funcionariosdel partido en cuyas manos descansa el trabajo regular. En opinión de muchoscírculos socialdemócratas, su partido habría caído en esa "burocratización".Sin embargo, los "funcionarios" suelen someterse con relativa facilidada una personalidad de jefe vigorosamente demagógica, ya que sus interesesmateriales e ideales están íntimamente enlazados con la ampliación del perder del partido, que se espera de la actuación de aquél y, por otra parte, eltrabajo al servicio de un caudillo proporciona en sí mismo mayor satisfaccióninterior. Mucho más difícil resulta en cambio el ascenso a jefes allí

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