O Estado oculto - Repositorio Institucional da USC - Universidade ...

crítica: “Como institución encarnada en la historia, la Iglesia institucional española de 1936
pudo tener una comprensible, si no legítima opción temporal, al ocurrir la sublevación popular.
Producida ésta, podía ser también explicable su respaldo, pero de acuerdo con su naturaleza y
misión evangélica era difícilmente justificable su papel de beligerante activo, de militancia
ardorosa y pugnaz que adoptó en una lucha entre hermanos”. Nun sentido semellante, Tello
Lázaro (1984, 61) observa: “Desde el mismo momento en que la mecánica bélica se pone en
marcha y la Iglesia aparece alineada en uno de los bandos, sus esfuerzos mayores se
orientarán, no a la consecución de una pacificación honrosa para los dos bandos, cosa que
hubiera evidenciado su auténtica vocación evangélica, sino a la elaboración de unos supuestos
teóricos que legitimarán de manera suficiente las razones y el contenido del llamado
Alzamiento Nacional”.
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É máis, Cárcel Ortí (2008, 27, 128 e 417), mesmo lle nega á República a súa condición de
réxime democrático para cualificala de ditadura: “fue exactamente todo lo contrario [dunha
democracia], porque la llamada «democracia republicana» fue defendida por los más
antidemócratas del momento, es decir, por un conglomerado de partidos extremistas. [...] en
España se enfrentaron dos dictaduras, y no la democracia contra el fascismo, como
continuamente se repite”. Con todo, o autor (Cárcel Ortí, 2008, 124) admite que a
“responsabilidad histórica del levantamiento fue, sin duda alguna, de los militares sublevados
en armas y de quienes les apoyaron ideológica y económicamente”, aínda que non perde a
ocasión de matizar que “muchos otros partidos y grupos fueron también responsables de la
tragedia española porque contribuyeron a desestabilizar la República, que ya había entrado en
crisis en 1934, y a crear el clima prebélico”.
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Díaz-Salazar Martín, 2006, 22, e Piñol, 1999, 87.
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Di Febo (2007, 61) semella situar o momento un mes despois: “La definición del
«Alzamiento» como «cruzada» fue anunciada el 30 de septiembre de 1936 en la carta pastoral
Las dos ciudades, del obispo Enrique Pla y Deniel”.
Un dos primeiros en recorrer a este termo foi o bispo de Santiago de Compostela, Tomás Muñiz
Pablos, como recordan Carballo Carballo (1995, 160) e Tusell Gómez (1997, 9). A Santa Sé, pola
contra, evitou o uso do termo (Cuenca Toribio, 1985, 73-74). Tello Lázaro (67-77) entende que foi
a xerarquía eclesiástica, empeñada en sacralizar a guerra afastándoa de calquera connotación
de clase, a que se encargou de definir o concepto de cruzada. Lombardía (1987, 88-89) explica o
uso do termo cruzada como un recurso episcopal para emitir “un juicio negativo del estado de
cosas inmediatamente anterior”, denunciar “la persecución religiosa en la zona republicana” e
tomar nota “de la adhesión que iban encontrando los sublevados en sectores importantes de las
masas católicas”. Segundo Salas Larrazábal (1984, 87), “el llamado movimiento nacional adoptó
el aire de cruzada, palabra que hoy escandaliza, pero de la que se ha usado en España en todas
las ocasiones históricas desde la reconquista hasta la guerra civil pasando por la cruzada contra
el turco, la cruzada contra los herejes, la cruzada contra la revolución francesa, la cruzada contra
los invasores franceses y la cruzada carlista”. (V. tamén, nun sentido semellante, Salas
Larrazábal, 1990, 148.) Ben-Dror (2003, 47-48) afirma que o termo cruzada “fue adoptado por
periodistas católicos porque expresaba su sensación de que, al incorporarse al ejército rebelde,
colaboraban en una guerra santa cuyo objetivo era fundamentalmente religioso: derrotar a los
comunistas, a los «rojos»”.
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Álvarez Bolado, 1995, 65-68, Cárcel Ortí, 2008, 383-384, Marquina Barrio, 1990, 40-41, e
Raguer i Suñer, 2001, 121.
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Blázquez, 1991, 24-25.
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Sobre todo o moderado, conciliador e prudente Vidal i Barraquer (Blázquez, 1991, 18 e 22-
24, e Cárcel Ortí, 2008, 233-234, 238, 241 e 392), arcebispo de Tarragona, que discrepaba do
contido da carta polo seu carácter propagandístico. Franco fíxolle pagar a este prelado un alto
prezo pola súa postura (e polo seu catalanismo), xa que, malia as presións da Santa Sé, non
lle permitiu voltar do exilio (morreu en Suíza en 1943). Tampouco asinaron a carta Múgica
Urrestarazu (expulsado pola Xunta de Defensa da súa sé episcopal de Vitoria-Gasteiz, e moi
contrariado polos fusilamentos de varios dos seus cregos por parte dos sublevados; sobre
Múgica Urrestarazu, v. Cárcel Ortí, 2008, 157-188, e Cuenca Toribio, 1986, 550-551), Segura
Sáenz (bispo dimisionario de Toledo, que residía en Roma e, ao carecer de diocese, non foi
invitado a asinar), Torres Ribas (moi maior, medio cego e incomunicado en Menorca) e
Irastorza y Loinaz (ausente da súa sé de Orihuela por enfermidade e dispensado do seu labor
pola Santa Sé).
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