O Estado oculto - Repositorio Institucional da USC - Universidade ...

ecepción dunha lexislación heterónoma no sistema xurídico español. Hera (1987, 50-53)
explícao deste xeito:
El Estado español acepta como propia, asume, la doctrina de la Iglesia católica; limita su propia
capacidad normativa ante el Derecho divino y canónico, al comprometerse a no legislar en el terreno que
aquéllos consideran propio y a hacerlos respetar en cuanto establezcan que puede referirse a la vida de los
españoles; y acepta la existencia de una jerarquía de la Iglesia católica cuyas facultades de acción reconoce
y, reconocidas, permite que se actúen de facto con eficacia jurídica en el ámbito de la soberanía estatal.
[...]
[...] El régimen franquista no cedió parte de sus competencias, pues, a la Iglesia, sino que
consideró que no poseía esas competencias y las reconoció en quien consideró que era su detentador: la
Iglesia católica, definidora de una doctrina y ejercedora de unos poderes jerárquicos sobre una parte
determinada de la vida jurídica.
Hermet (1980, 38) apunta que o dereito canónico podía (a) completar o dereito público español
integrándose nel, ou ben (b) primar sobre o dereito español cando había contradición entre as
xurisdicións civil e eclesiástica.
1019 Cunha linguaxe moi diplomática, Enrique y Tarancón (1996, 285-286) subliña a claridade
da estratexia da Santa Sé. Segundo este prelado, o papa e a Secretaría de Estado,
perfectamente informados, amosaron unha “buena disposición [...] para ayudar a la jerarquía
española en el proceso que había iniciado para conseguir una independencia real y aparente
del poder político”. Estaba claro que “habían tomado la decisión firme de ir renovando el
episcopado español con personas más abiertas que aceptaran cordialmente las orientaciones
del Concilio y no estuviesen demasiado marcados [sic] por su vinculación al Régimen. Todo
daba a entender que ésta era una decisión personal de Pablo VI”.
1020 No mesmo sentido, Fernández Fernández (1999, 116) apunta: “La ruptura no era
caprichosa, no obedecía a traiciones, ni implicaba ingratitudes o infidelidades al Régimen,
como se decía en medios políticos, sino que obedecía a motivaciones estrictamente religiosas”.
Tamén Tusell Gómez (1988, 386-387) indica: “Lo que guió a la jerarquía fue un propósito
exclusivamente religioso, aunque tuviera consecuencias directas sobre la vida pública y
aunque en ocasiones, muy malintencionadamente, fuera juzgado como una politización
desnaturalizadora”. O bispo Palenzuela Velázquez (1976, 14) detense con vagar nesta
cuestión:
Algunos han explicado este cambio en la Iglesia en España por razones de oportunismo político.
Obedecería, piensan, a un cambio de estrategia, para seguir disfrutando, en el fondo, las mismas posiciones
de influencia y de poder en la sociedad española. Quienes piensan así, olvidan dos hechos: 1º el cambio de
la Iglesia en España está enmarcado en un giro de proporciones mundiales, que afecta no sólo a la Iglesia
Católica sino también a otras muchas Iglesias y confesiones cristianas y venía preparándose desde bastante
tiempo atrás. El haber vivido los españoles, en su mayoría, aislados durante muchos años y el haber estado
persuadidos por la propaganda oficial de que el excepcional y grandioso ensayo de un Estado al servicio de
una sociedad organizada en régimen de cristiandad en el mundo moderno, constituía el orden óptimo desde
el punto de vista cristiano, ha llevado a muchos españoles, sorprendidos y decepcionados, a juzgar los
cambios de la Iglesia en España sólo de puertas hacia dentro y como una hábil maniobra para salir al paso
de una nueva correlación de fuerzas en la sociedad española. 2º Los conflictos de la Iglesia con el poder
político han cambiado de signo, desde el Concilio Vaticano II para acá. La Iglesia, sobre todo en los tiempos
modernos, había luchado, representada por su Jerarquía contra el Estado en defensa de su libertad de
acción, de sus derechos; pero ahora, al menos en Occidente y en los países del tercer mundo, lucha, a
través de sus fieles y pastores, por los derechos del hombre frente a poderes, a veces supranacionales, que
lo amenazan. El cambio de perspectiva no puede ser mayor.
Sobre o bispo Valenzuela Velázquez, v. Cuenca Toribio, 1986, 584-585
1021 Berzosa Martínez (2007, 109) coincide connosco en que, a partir “del Concilio Vaticano II,
los acontecimientos históricos se suceden con celeridad”. Pola contra, hai quen entende, como
Floristán (1985, 89), que os acontecementos posconciliares tiveron lugar con demasiada
lentitude. Jubany (en Mérida, 1982, 118-120) fai un percorrido por este período desde a
perspectiva dun membro da elite corporativa.
1022 En Blázquez (1991, 171) atopamos unha descrición da situación que semella apoiar a nosa
análise: “En aquel clima de desconcierto, los obispos navegaban entre dos aguas: entre un
clero joven e importantes cristianos de base que luchaban por encontrar «otra Iglesia» y una
sociedad más libre y democrática, y el mismo Estado, ante el que se sentían obligados y
sumisos. Algún comentarista religioso habló del «ponderado balanceo» del episcopado o de
unos «obispos-mecedora», porque estaban en un vaivén continuo, pero no se movían”.
1023 Sobre a Conferencia Episcopal dentro do organigrama organizativo da corporación católica,
v. capítulo 12.
Raguer i Suñer (2006b, 143-144, 223-224 e 261-262) sinala que antes do Concilio Vaticano II
xa existían máis de corenta conferencias episcopais: “eran básicamente encuentros para
discutir de cuestiones pastorales comunes, pero carecían de capacidad decisoria”. Entre elas
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