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Los hermanos Karamazov.pdf - Ataun

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Al fin, el presidente anunció el comienzo de la<br />

vista y ordenó que se introdujera en la sala al acusado.<br />

Se hizo un silencio tan profundo, que se habría<br />

podido oír el vuelo de una mosca. Mitia me produjo<br />

una impresión sumamente desfavorable. Se<br />

presentó como un dandy. Llevaba un traje nuevo,<br />

una camisa finísima y unos guantes flamantes.<br />

Después supe que, expresamente para esta ocasión,<br />

había encargado una levita nueva a un sastre<br />

de Moscú, a su sastre de siempre, que tenía sus<br />

medidas. Avanzó a largos pasos, el cuerpo rígido,<br />

mirando hacia enfrente, se sentó y permaneció inmóvil.<br />

Acto seguido apareció el defensor, el famoso<br />

Fetiukovitch. Un discreto murmullo recorrió la sala.<br />

Era un hombre alto y seco, de piernas delgadas,<br />

dedos largos y finos, cabello corto, cara lampiña,<br />

cuyos labios se torcían a veces en una sonrisa<br />

sarcástica. Aparentaba unos cuarenta años. Su<br />

rostro habría sido agradable si no lo hubieran afeado<br />

sus ojos, inexpresivos y demasiado juntos sobre<br />

la nariz, larga y delgada. En una palabra, una cara<br />

de pájaro. Iba de levita y corbata blanca. Recuerdo<br />

perfectamente el interrogatorio de identificación.<br />

Mitia contestó en voz tan alta, que sorprendió al<br />

presidente. Después se dio lectura a la lista de testigos<br />

y peritos. Faltaban cuatro: Miusov, que había

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