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Los hermanos Karamazov.pdf - Ataun

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—¿Remordimiento?<br />

—No, no es remordimiento. Esto no lo anoten.<br />

Yo mismo, señores, no me distingo ni por mi bondad<br />

ni por mi belleza. Por lo tanto, no tenía ningún<br />

derecho a considerarlo repugnante. Esto lo pueden<br />

anotar.<br />

Después de hablar así, Mitia cayó en una profunda<br />

tristeza que fue en aumento a medida que el<br />

juez prolongó su interrogatorio. En esto, se produjo<br />

una escena inesperada. Aunque se habían llevado<br />

a Gruchegnka, la habían dejado en la habitación<br />

inmediata. La acompañaba Maximov, que, abatido y<br />

aterrado, se aferraba a ella como a una tabla de<br />

salvación. Uno de los testigos de la placa metálica<br />

guardaba la puerta. Gruchegnka lloraba. De pronto,<br />

incapaz de sobreponerse a su desesperación, gritó:<br />

«¡Qué desgracia, qué desgracia!», y corrió a la habitación<br />

inmediata, hacia su amado, tan repentinamente,<br />

que nadie pudo detenerla. Mitia la oyó, se<br />

estremeció y fue precipitadamente a su encuentro.<br />

Pero les impidieron que volvieran a reunirse. Cogieron<br />

a Mitia del brazo y éste empezó a debatirse tan<br />

furiosamente, que hubieron de acudir tres o cuatro<br />

hombres para sujetarlo. Se llevaron también a Gruchegnka<br />

y él vio como le tendía los brazos mientras

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