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Los hermanos Karamazov.pdf - Ataun

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acometían sus preocupaciones inconscientes y se<br />

acercaba al ataúd para arreglar el patio mortuorio o<br />

el vientchik, o para volver a colocar en su sitio un<br />

cirio que se había caído de su candelero. Al fin, se<br />

calmó por completo y permaneció en la presidencia<br />

del duelo, perplejo y preocupado. Después de la<br />

epistola, dijo en voz baja a Aliocha que no se había<br />

leido comme il faut, aunque no explicó por qué.<br />

Empezó a cantar el himno de los querubines. Después,<br />

antes de terminar, se prosternó, se inclinó<br />

hasta apoyar la frente en el suelo, y permaneció así<br />

largo rato. Al fin, se dijo el responso y se distribuyeron<br />

los cirios. El capitán estuvo a punto de ceder a<br />

nuevos arrebatos, pero la majestad del canto fúnebre<br />

lo paralizó. Con la cabeza doblada sobre el<br />

pecho, empezó a llorar, primero ahogando los sollozos,<br />

después ruidosamente. En el momento de las<br />

despedidas, cuando se iba a cerrar definitivamente<br />

el ataúd, el capitán rodeó con sus brazos el cuerpo<br />

de su hijo y cubrió su rostro de besos. Se lo llevaron;<br />

pero de pronto volvió atrás y cogió algunas<br />

flores del ataúd. Al contemplarlas, surgió en su<br />

mente una nueva idea que le hizo olvidar todo lo<br />

demás por unos instantes. Poco a poco, fue quedando<br />

ensimismado. No opuso ninguna resistencia<br />

cuando se llevaron el féretro.

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