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Los hermanos Karamazov.pdf - Ataun

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Ya explicaré por qué tenía razón Mitia al decir<br />

que estaba perdido. No me cabe duda —y todos los<br />

juristas acabaron por estar de acuerdo conmigo—<br />

que, de no haberse producido los incidentes que<br />

acabamos de referir, el culpable habría obtenido el<br />

beneficio de ciertas circunstancias atenuantes. Pero<br />

dejemos esto para más adelante; ahora hemos de<br />

hablar de Gruchegnka.<br />

Se presentó también vestida de negro y con los<br />

hombros cubiertos por su magnífico chal. Avanzó<br />

hacia la barandilla con su paso silencioso y con un<br />

leve contoneo. Su mirada estaba fija en el presidente.<br />

A mi juicio, su aspecto era excelente y no estaba<br />

pálida, como dijeron las damas después. Se dijo<br />

también que tenía una expresión reconcentrada y<br />

maligna. A mi entender, sólo estaba molesta al sentir<br />

concentradas sobre ella las miradas despectivas<br />

y curiosas de un público ávido de escándalo. Era<br />

uno de esos caracteres altivos que no pueden sufrir<br />

el desdén ajeno y se dejan llevar de la cólera y el<br />

espíritu de resistencia apenas se ven despreciados.<br />

También había en ella, seguramente, algo de timidez<br />

y de la vergüenza de ser tímida, lo que explica<br />

la irregularidad de su voz, que oscilaba entre la<br />

irritación y el grosero desdén, y en la que a veces,<br />

cuando Gruchegnka se acusaba a sí misma, había

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