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Los hermanos Karamazov.pdf - Ataun

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—No lo sé —había contestado Mitia—. Tal vez lo<br />

mate, tal vez no. Temo no poder soportar la visión<br />

de su cara en algún momento. Detesto su nuez, su<br />

nariz, sus ojos, su sonrisa impúdica. Me repugnan.<br />

Esto es lo que me inquieta. No podré contenerme.<br />

La repugnancia llegó a lo intolerable. Mitia, fuera<br />

de si, sacó del bolsillo la mano de cobre del mortero.<br />

«Dios me salvó en aquel momento», dijo más<br />

tarde Mitia. Y así fue, pues en aquel preciso instante<br />

el dolor despertó a Grigori. Antes de acostarse se<br />

había aplicado el remedio de que Smerdiakov<br />

hablara a Iván Fiodorovitch. Después de haberse<br />

frotado, ayudado por su mujer, con una mezcla de<br />

aguardiente y una infusión secreta fortísima, se<br />

bebió el resto del brebaje mientras Marta Ignatievna<br />

murmuraba una oración. Ella también tomó algunos<br />

sorbos, y, como no tenía costumbre de beber, se<br />

durmió profundamente al lado de su marido. De<br />

pronto, éste se despertó, estuvo pensativo un momento<br />

y, aunque sentía un dolor agudo en los riñones,<br />

se levantó y se vistió a toda prisa. Tal vez le<br />

parecía vergonzoso estar durmiendo cuando la casa<br />

no tenía guardián en «momentos de peligro».<br />

Smerdiakov permanecía inmóvil, agotado. «No tiene

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