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UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA FACULDADE ...

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con los grandes edificios y los hoteles suntuarios, cuando aún conserva en sus suelas el barro del<br />

cerrito en trance de demolición (Jiménez, 1928: 14-15).<br />

Jiménez também criticou, desde a ironia, o modo de atuar da polícia carioca.<br />

Embora diga que a cidade estava bem atendida pelos funcionários municipais e que os<br />

serviços públicos não ofereciam “defectos de volumen visible”, opina que a polícia era<br />

lenta e agia com desmesura. Narrou, assim, a sua experiência como testemunha da detenção<br />

de um sujeito negro, acusado de cometer latrocínios:<br />

Regresaba de pasear una noche de esas de tipo carioca, serena y transparente, en compañía de un<br />

Abogado argentino, con quien ligué amistad cordialísima, cuando al trasponer la calzada, casi frente<br />

al Palace Hotel, donde tenía mi albergue, oímos gritos de estentoriedad tropical. Un compacto grupo<br />

rodeó en el acto a un automóvil en mediano uso, del que hicieron descender por la fuerza al negro<br />

conductor, que agarraba el volante. Se trataba de un conocido aventurero, harto aficionado a la<br />

propiedad ajena, que había tenido el mal propósito de robar el vehículo. El negro ladrón se defendía<br />

con cierta comicidad de las agresiones, y, al instante, los que pugnaban por atraparle le dejaron<br />

enteramente desnudo. Un golpe más certero le tendió desvanecido en tierra y sus perseguidores le<br />

acurrucaron junto a un árbol de la Avenida. Eran las once de la noche y hubo precisión de variar la<br />

ruta de los carruajes, pues la masa compacta del gentío no podía ser pacíficamente hendida. Pasaron<br />

largos minutos, y extrañadísimo de que no se tomara providencia alguna con aquel infeliz que<br />

exhibía con descaro no imputable sus oscuras carnes, interrogué a los más próximos curiosos. Se me<br />

dijo que se esperaba al “carro forte”, que había de conducir al arrestado. El paciente aguardar fue<br />

divertido por un estruendoso petardo que algún transeúnte bromista introdujo entre los espectadores<br />

del incidente. Los guardias y policías nada hicieron en procura del dinamitero de sainete, que causó<br />

terrible pánico a muchos de los del corro, temerosos de que el negro desvestido estuviera provisto de<br />

un arma, milagrosamente oculto hasta entonces en los repliegues de su desnudo. Al cabo de cerca de<br />

una hora el coche celular arribó imponente y hermético. Entre guardias y espontáneos ayudantes fue<br />

encerrado el ladrón en la cárcel semimoviente. El “carro forte” arrancó entre clamorosas voces,<br />

partidas de su seno, que movían a risa más que a piedad.<br />

El episodio me hizo meditar al trasponer la gran puerta del Palace, que las urbes de más nueva planta<br />

y de aspiraciones modernas, brindan a ratos espectáculos más cómicos que los ofrecidos por ciudades<br />

modestas y vetustas (Jiménez, 1928: 16-17).<br />

Superando o tom jocoso dessa crônica, Jiménez (1928: 35) julgou que a alta<br />

freqüência e a brutalidade dos crimes eram o aspecto patológico mais temível da sociedade<br />

brasileira. De todas as formas, ele elogia a beleza do passeio marítimo que se estendia pelas<br />

avenidas Beira-mar e Atlântica, até o Leblon. Ele salienta que “Los alrededores de Río son<br />

de una magnificencia exótica, que sobrecoge al europeo, cuya pupila no está habituada a<br />

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