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UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA FACULDADE ...

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Y con el ilustre sociólogo alemán se equivocaron también todos los periodistas y escritores<br />

extranjeros que visitaron el Brasil, sin retirar de sus ojos los lentes ahumados, y afirmaron que ésta es<br />

una tierra de hombres tristes. Académicos famosos, agobiados bajo el peso funerario de marchitos<br />

laureles, en pocos días de permanencia, quieren disecar el alma compleja de este pueblo maravilloso,<br />

pretenden desmenuzar su espíritu, captar la armoniosa sonoridad de sus más íntimas voces.<br />

Pueblo triste, afirman después, en conferencias, o libros cerebrales, influenciados todos en el arcaico<br />

concepto de que el brasileño es la resultante del acrisolamiento de tres razas tristes: la portuguesa, la<br />

negra y la india autóctona.<br />

Error profundo. Si ello es cierto en cuanto al origen resulta falso al análisis actual (Daglio, 1951:<br />

123).<br />

O autor baseia a sua discordância com Keyserling nas suas reflexões in loco sobre o<br />

povo brasileiro. Daglio não pode arremeter contra Keyserling desqualificando as<br />

apreciações dele por ele não se ter deslocado até o Brasil; por conseguinte, se limita,<br />

simplesmente, a sobrepor o seu habitus ao de Keyserling, negando a pertinência da opinião<br />

deste. Isto é, para Daglio, Keyserling não compreendeu o que viu no Brasil, enquanto que<br />

ele sim foi capaz de perceber e entender a realidade: “Después de ver este pueblo entregado<br />

a una alegría tan sana, después de asistir a sus desbordamientos festivos mostrando al<br />

desnudo su alma, que es una sonrisa latina, pienso de nuevo como lo dije al principio,<br />

Keyserling se equivocó” (Daglio, 1951: 134). O problema principal da crítica que Daglio<br />

dirige a Keyserling é o da hermenêutica desvirtuada que ele faz das “meditações sulamericanas”<br />

do filósofo alemão, já que Keyserling, ao observar a psicologia coletiva do<br />

las: “Tratando de disipar su propia tristeza, digamos mejor, un aburrimiento de viajeros solitarios, en boites y<br />

cabarets, la reflejan decepcionados sobre la ciudad que no los posee en cantidad. ¡Qué fatal espejismo! Es<br />

justamente en esos lugares llamados de diversión donde no hay alegría; es en la vida nocturna, donde todo no<br />

es más que apariencia y falsedad, donde zozobra la verdadera alegría, la del hombre sano. Esos señores<br />

regresan a sus patrias amortajados en su propio hastío y en sus juicios sobre el Brasil destiñe la amargura de la<br />

ausencia. Otros, fueron influenciados ciertamente por los sesudos estudios de sociólogos más sesudos aún,<br />

Ingenieros, Keyserling, quienes gustan hacer juegos malabares con las razas y estudiar a la luz de la<br />

etnografía el origen de los pueblos. De esa alquimia sutil y peligrosa surgen a veces conceptos erróneos y de<br />

sus probetas y alambiques inseguros nacen sentencias que el tiempo destruye. Muchos conferencistas o<br />

reporteros, respaldados en autoridades de tal magnitud, siguen la huella, como los bueyes de una carreta, sin<br />

darse al trabajo de analizar con espíritu moderno estudios o ensayos ya antiguos, enmohecidos en polvorientas<br />

bibliotecas. Para dar a sus escritos un clima de sapiencia, siguen la tendencia doctoral de la mayoría de los<br />

hombres de gabinete en estudiar los hechos con profundidad, erudita o científica, despojándolos de todo<br />

aleteo. Continúan la tradición de esos mestres sombríos, cucarachas de librerías conventuales, de enfocar los<br />

problemas sociales y étnicos con togada tozudez, sin apartarse un ápice de las cementadas auto-estradas<br />

científicas, cuando en tan agradable internarse por los poéticos senderos del bosque. Todos, al unísono, gritan<br />

al mundo como un aburrido coro wagneriano que el Brasil es un país triste. Pues yo seré el primero, entonces,<br />

que proclamará a la faz de la tierra la alegría inquieta y sana, de este pueblo sin par. Yo seré el primero que<br />

quemará en la plaza pública, que es mi libro, un simbólico auto de fe, en el que arderán y volarán al viento en<br />

cenizas, doctorales papiros, cuyo contenido no es más de actualidad” (Daglio, 1951: 125-26).<br />

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