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Ponencia_Experiencia_en_el_Taller_de_arte ambiental

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ASINEA 93/ MORELIA

A semejanza de la acepción de ciudad que nos ofrece Cardona (2008): la suma de las

individualidades que voluntariamente se funden para vivir en comunidad gracias a la

conveniencia que les resulta de hacerlo así y que deriva, invariablemente, en la conformación

de su identidad, en lo que respecta a la arquitectura que se pretende motivar

para hacer ciudad, significaría, precisamente, la suma de las arquitecturas individuales

que se funden premeditadamente porque así conviene, dado el interés mutuo de conformar

una identidad.

En una primera instancia lo anterior tiene dos implicaciones: la necesaria consideración

del objeto arquitectónico como elemento de un conjunto, de un sistema complejo

–la ciudad- en el cual cada una de sus partes afecta al todo, esto es: cada obra arquitectónica

que se emplaza en la ciudad, por sí misma e ineludiblemente, incide positiva

o negativamente en la imagen, funcionamiento y estructura de la ciudad. La segunda

se refiere a la definición del campo de trabajo del arquitecto más allá de la envolvente

del objeto arquitectónico individual: el espacio público. Estamos hablando de escalas.

En este sentido conviene acudir a las aportaciones de Jan Gehl (2006), quien asume al

espacio público como el ámbito de trabajo por excelencia del arquitecto en la ciudad.

Para el autor el espacio público es fundamental en la construcción de la comunidad y

su calidad de vida y, afirma además, que el diseño del espacio público es una vía para

lograrlo siempre que se incluya la dimensión socializante.

El diseño urbano: la conformación del escenario donde las “cosas suceden”

Para Livingston (1991:111) la arquitectura, no es otra cosa que el encuentro entre los

lugares y las personas; la arquitectura y el urbanismo tienen como finalidad exaltar el

placer de habitar y no impedir gozar del espacio, como actualmente parece ser lo natural.

De hecho, el hacer proyectos y plasmar su racionalismo a través de simbologías

en planos es una manera autoritaria de proyectar espacios, pues en el paso del papel

a la realidad, toda esa racionalidad carente de visión humanística produce espacios

vacíos, carentes de vigor.

Precisamente en el ámbito del espacio público, Gehl establece una secuencia para

abordar el diseño urbano: partir de la vida social para después abordar el espacio público

y, por último, considerar las edificaciones. La define precisamente en ese orden

secuencial y advierte que nunca funciona cuando se invierte. Ello significa que el edificio

no es un fin en sí mismo, sino que es un elemento que debe facilitar la vida social

en función de su forma y disposición en el espacio para favorecer que sucedan las

actividades necesarias, las opcionales y las sociales.

Por su parte Peñalosa (en Gehl, 2006) afirma que si la ciudad es el lugar de encuentro

por excelencia, más que cualquier otra cosa, la ciudad es su espacio público peatonal

y, con base en lo anterior, establece una relación directa entre la cantidad y calidad del

espacio público peatonal con la calidad urbana. Subraya que el propósito de un arqui-

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