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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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246<br />

Nuestro ser pecador es lo que Pablo llama σάρξ. Esta no es ni la materia, ni una cárcel <strong>del</strong> alma, ni una potestad demoníaca, sino<br />

el yo perdido que se ve en términos de la esfera corruptible (Ro. 2:28–29). Al querer vivir para nosotros mismos, quedamos sujetos<br />

a la muerte, y todos los esfuerzos egoístas por escapar de esto nos enredan en el mismo círculo vicioso (Ro. 7:10). El mensaje de<br />

Juan es básicamente el mismo. Fuera de la revelación en Jesús todos somos pecadores y por lo tanto justamente entregados a la<br />

muerte. El pecado es ver el yo en términos <strong>del</strong> yo, en lugar de verlo en términos de Dios. Es así como el yo establece sus propios<br />

criterios (5:31ss), se imagina que es libre (8:33), y tiene sus propias normas de gloria (5:41ss).<br />

3. A veces el NT retrata la muerte como algo puramente destructivo, y a veces como algo que involucra un tormento futuro (cf. Mr.<br />

9:48). Pero Dios o Cristo juzga tanto a los vivos como a los muertos, de modo que la muerte física va seguida <strong>del</strong> juicio y la resurrección.<br />

No se da una enseñanza detallada sobre el estado intermedio, pero la muerte física se convierte en muerte definitiva (la<br />

segunda muerte, Ap. 2:11; 20:6, 14; 21:8) por medio <strong>del</strong> juicio. Sin embargo, incluso ahora la muerte despoja a la vida de su verdadera<br />

calidad. Impone temor (Heb. 2:15). Proyecta una sombra y oscuridad (Lc. 1:79). Reina sobre lo que es carnal (Ro. 8:6).<br />

Fuera de Cristo, más nos valdría comer y beber, porque mañana moriremos (1 Co. 15:32). La muerte acarrea incertidumbre (Mt.<br />

6:25ss). Las obras humanas están muertas desde su inicio (Heb. 9:14). Como pecadores, ya estamos muertos (Mt. 8:22; cf. Ro.<br />

7:10, 24; Jn. 5:21).<br />

4. La muerte y la resurrección de Cristo son el acontecimiento escatológico mediante el cual la muerte misma es destruida (2 Ti.<br />

1:10; Heb. 2:14). La muerte de Cristo es singular. No es un morir al pecado; a él Dios lo hizo pecado por nosotros (2 Co. 5:21, Ro.<br />

8:3; Gá. 3:13–14), y él murió por nosotros. En él Dios trata con nosotros, asume la muerte en sí mismo, y así hace de ella un acto<br />

divino creador. Esto quita el pecado y la muerte, y de allí brota la vida, porque Cristo no es retenido por la muerte (Hch. 2:24),<br />

vuelve a la vida (Ro. 8:34), y tiene ahora las llaves de la muerte y <strong>del</strong> Hades (Ap. 1:18). Al entregar su vida, él la recobra de nuevo<br />

(Jn. 10:18). Al humillarse, es exaltado por Dios (Fil. 2:6ss). Así vence a la muerte para aquellos que, en la fe, hagan suya la muerte<br />

de él. Él es el primogénito de entre los muertos (Col. 1:18; Ap. 1:5). Los creyentes siguen muriendo, con la excepción de aquellos<br />

que estén vivos cuando Cristo venga (1 Ts. 4:15ss). Pero al final ellos vencerán la muerte en la resurrección (1 Co. 15:26; Ap.<br />

21:4), de modo que incluso ahora la muerte ha perdido ya su aguijón (1 Co. 15:55). Así como para los no creyentes la muerte que<br />

les espera es la negación de la vida, así [p 312] para los creyentes la resurrección esperada le da un nuevo carácter. Ellos no morirán<br />

(Jn. 6:50). Han pasado de la muerte a la vida (5:24). Esta vida no es su propia posesión (2 Ti. 2:18; cf. la probable creencia de<br />

los corintios). Pero la destrucción de la muerte ya está presente en esperanza, sobre la base <strong>del</strong> evangelio. Tiene lugar en la obediencia<br />

de la fe, que es la aceptación de la muerte de Cristo, e. d. el morir con Cristo (Ro. 6:3–4) que se realiza en un nuevo modo<br />

de vida que debemos atrapar con resolución inteligente (Ro. 6:11). Es así como la destrucción <strong>del</strong> pecado y de la muerte se manifiesta<br />

en la mortificación y en el cumplimiento de la exigencia justa de Dios (Ro. 8:2ss). Ya los creyentes no viven para sí mismos,<br />

sino para el Señor que murió por todos, de modo que en él todos han muerto (Ro. 14:7ss; 2 Co. 5:14–15). En la cruz el mundo<br />

queda crucificado para los creyentes y los creyentes para el mundo (Gá. 2:19–20; 6:14). La proclamación de la muerte de Cristo en<br />

la Cena <strong>del</strong> Señor exige una conducta digna (1 Co. 11:27ss; cf. 5:7–8). Pero esta conducta en sí misma no vence a la muerte. La<br />

meta está ya alcanzada con la muerte de Cristo, de modo que toda jactancia queda descartada (Ro. 3:27) y estamos muertos a la ley<br />

(7:6); su reimposición le quita su efecto a la muerte de Cristo (Gá. 2:19ss). El caminar cristiano es participación en esta muerte<br />

(Fil. 3:9, 14). Esta participación da también nuevo significado a los sufrimientos como un morir diario en el cual el mensaje es<br />

llevado a otros (cf. especialmente Col. 1:24) o se les da un ejemplo (1 P. 2:18ss). La unión con Cristo en el morir es una base segura<br />

para el consuelo. Morimos en Cristo (1 Ts. 4:16). Por eso somos dichosos (Ap. 14:13). Morimos por el nombre <strong>del</strong> Señor (Hch.<br />

21:13). Esto es para la gloria de Dios (Jn. 21:19). Aquí la muerte no se toma de manera idealista. El nuevo caminar y el nuevo<br />

entendimiento no son cosas que por sí mismas derroten a la muerte. Sobre la base <strong>del</strong> acontecimiento de la muerte y resurrección<br />

de Cristo, forman parte de un movimiento de consumación. Estamos muertos, pero nuestra vida está escondida (Col. 3:3). Al ser<br />

provisional nuestra vida actual, anhelamos la muerte física o la parusía (2 Co. 5:1ss). Pero esta vida provisional es servicio al Señor<br />

(aunque el morir sea ganancia, Fil. 1:21). Es así como tanto la muerte como la vida quedan relativizadas (Ro. 8:38), pero sólo<br />

para los creyentes, ya que la obra de Cristo ha hecho que la muerte sea definitiva para aquellos a quienes el evangelio les difunde<br />

la muerte (2 Co. 2:16) y quienes por lo tanto permanecen en la muerte (1 Jn. 3:14).<br />

θανατόω. Esta palabra significa «matar», «entregar a la muerte», «condenar a muerte». Estos son los sentidos que tiene en el NT:<br />

«matar» en Marcos 13:12; 1 Pedro 3:18; «entregar a la muerte» en Romanos 8:36; «condenar a muerte» en Marcos 14:55. El uso<br />

es figurado («mortificar») en Romanos 8:13.<br />

θνητός. Esta palabra, que significa «mortal», es usada por los griegos para caracterizar a los seres humanos en contraste con los<br />

dioses (cf. en la LXX Job 30:23; Pr. 3:13). Pablo la usa como término global para la naturaleza humana en 1 Corintios 15:53–54.<br />

En 2 Corintios 5:4 anhela el que lo mortal sea absorbido por la vida. En particular, la σάρξ o el σῶμα es mortal (2 Co. 4:11; Ro.<br />

6:12; 8:11). Los Padres apostólicos y los Apologistas, de modo similar, ven en θνητός un atributo humano típico; estos últimos<br />

también pueden aplicar el término a las deidades paganas en secciones polémicas (p. ej. Taciano 21.2).<br />

ἀθανασία (ἀθάνατος) (→ ζωή, θάνατος)

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