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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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Un tercer término c. es «jaberuth» para las obligaciones que los miembros aceptan. Estas podrían variar al pasar los años y entre un<br />

grupo y otro, pero siempre incluyen el pago de los diezmos y la aplicación cotidiana de la ley ritual, aunque con distinción entre<br />

aquellos que aceptan sólo el diezmar y aquellos que aceptan la santificación completa después de un curso previo de instrucción y<br />

la aprobación de un examen. Las sociedades son grupos pequeños que se consideran a sí mismos como el verdadero Israel, a distinción<br />

de las masas que rechazan el ideal de hacer presente la ley ritual en la vida cotidiana, sin importar cuál sea su cultura o<br />

condición social. Sin embargo, hay factores políticos, económicos y sociales que dejan por fuera esa tajante restricción <strong>del</strong> trato<br />

cotidiano con las masas, que es el ideal farisaico.<br />

3. La sabiduría y cultura de los fariseos.<br />

a. Los jakamim. El fariseísmo constituye terreno fértil para la cultura. En tiempos postexílicos la sabiduría secular establece una<br />

concordancia significativa con la fe de Israel. Conduce a los creyentes a ver en la ley un orden de vida así como un plan de salvación.<br />

Los maestros de sabiduría, los jakamim, son aristócratas <strong>del</strong> espíritu, cuyo rango es inmediatamente posterior al de la aristocracia<br />

sacerdotal y social. En las sociedades farisaicas democráticas, los jakamim pronto asumen puestos de liderazgo. Allí desarrollan,<br />

no la doctrina de Dios, sino los temas de la antropología, la soteriología y la escatología, que conectan a los creyentes<br />

tanto con este mundo como con el futuro. Bajo su guía se desarrolla un nuevo mundo de fe, que constituye el telón de fondo <strong>del</strong><br />

NT. La tensión que este desarrollo provoca con el texto sagrado <strong>del</strong> AT plantea una tarea necesaria para los eruditos, que produce<br />

la cultura de los escribas.<br />

b. Los soferim. Este término abarca una amplia gama que va desde personas cultas, maestros elementales, secretarios y escribas <strong>del</strong><br />

templo hasta estudiantes y expositores de la ley. Cuando se da la fusión entre ley y sabiduría, los soferim llegan a ser prácticamente<br />

idénticos a los jakamim, con la tarea especial de interpretar la ley a la luz <strong>del</strong> nuevo desarrollo. Naturalmente, los soferim no<br />

tienen que ser fariseos. Existen desde antes <strong>del</strong> movimiento farisaico y siempre hay escribas no farisaicos. Sin embargo, dado que<br />

los fariseos son estudiantes diligentes de la ley que procuran aplicarla en la vida diaria, es inevitable que tengan necesidad de soferim<br />

para guiar su pensamiento y su práctica.<br />

4. Los fariseos como partido.<br />

a. Los Asmoneos. El fariseísmo es esencialmente una tendencia o movimiento y en la diáspora lo sigue siendo. En Palestina, sin<br />

embargo, su interés por la legitimidad entraña su desarrollo como partido, probablemente ya para tiempos <strong>del</strong> reinado de Hircano I<br />

(134 a. C.). Oponiéndose a los Hasmoneos, los fariseos procuran reemplazarlos a ellos con una familia de sumos sacerdotes <strong>del</strong><br />

linaje de Aarón. Con este fin parece que incluso invocaron la ayuda <strong>del</strong> seléucida Demetrio III Eukairo, pero tras un breve éxito<br />

sufren severamente a manos de Jannai, cuando se retiran los sirios. Bajo Salomé Alejandra (76–67 a. C.) alcanzan el poder y suprimen<br />

brutalmente a sus opositores; los rabinos describen este [p 1233] reinado como uno de gran prosperidad. La muerte de la<br />

reina quebranta su hegemonía, pero ellos retienen una representación minoritaria en el consejo. En las luchas dinásticas que vienen<br />

a continuación los fariseos buscan ahora el final <strong>del</strong> sacerdocio principesco como una innovación inválida. Rechazando la hierocracia,<br />

pueden llevar una vida religiosa sin dependencia política. Es así como pueden aconsejar la rendición de Jerusalén ante<br />

Herodes I, y tras la victoria de Herodes en el 37 a. C. no sólo sobreviven sino que mantienen el respeto de la gente (a diferencia de<br />

Herodes).<br />

b. Desde Herodes hasta la destrucción <strong>del</strong> templo. Herodes acepta a los fariseos e incluso los favorece, cuidando de no herir sus<br />

escrúpulos religiosos. En línea con su política anti-hasmonea, ellos nunca propugnan los movimientos nacionalistas de resistencia<br />

que buscan la salvación escatológica. Sin embargo, se enredan en diversas intrigas palaciegas, y después de la muerte de Herodes y<br />

<strong>del</strong> destierro de Arquelao, cuando los saduceos recuperan el dominio, ellos ya no desempeñan un papel normativo. Sin embargo,<br />

sus escribas siguen siendo populares por cuanto legalizan costumbres y creencias populares, y la aristocracia no intenta ninguna<br />

medida fuerte contra ellos.<br />

c. Los zelotes. En el fariseísmo se pueden distinguir diferentes tendencias, a veces tajantemente divididas. Así surgen los zelotes<br />

como ala radical o particularista <strong>del</strong> fariseísmo bajo Judas el Galileo, que se distingue por un amor a la libertad y un reconocimiento<br />

de Dios sólo como Señor. Los zelotes ganan seguidores con rapidez, ya que tienen un programa predominantemente religioso<br />

más que político, y Judas conjuga su erudición de escriba con su capacidad como líder. Si por una parte se presenta como el heredero<br />

manifiesto mesiánico, por otra es un jakam que busca la victoria de la ley y por lo tanto la libertad eterna en la forma <strong>del</strong><br />

reinado de Dios. El fariseísmo de viejo cuño se opone al movimiento zelote, pero no puede impedir la intrusión de líneas de pensamiento<br />

y aspiraciones zelotes.<br />

d. La crítica sadoquita. Qumrán muestra que el fariseísmo enfrenta la oposición de la ortodoxia más antigua con respecto a sus<br />

reglamentaciones detalladas, como también a su interpretación global de la ley. Lo que se cuestiona no es la aplicación de la ley a<br />

la vida, sino la colocación de las reglamentaciones farisaicas como un vallado en torno a la ley, y el resultante otorgamiento a la<br />

tradición oral de una validez igual a la ley y la consiguiente inmunidad respecto a la crítica. El ideal <strong>del</strong> fariseísmo es un ordena-

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