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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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c. El concepto <strong>del</strong> reino estaba ya presente cuando Juan y Jesús proclamaron que estaba cerca. Este concepto se puede hallar en el<br />

AT y en la apocalíptica, en la LXX, y en Filón y Josefo.<br />

d. El hecho que el reino es primordialmente el gobierno regio de Dios se manifiesta en la afirmación dominante que está cerca, o<br />

viene, o vendrá (Mt. 3:2; Mr. 1:15; Lc. 10:9–10; 21:31; 17:20; Mt. 12:28; Lc. 11:20; 19:11; Mt. 6:10; 11:2). En sentido negativo el<br />

reino es diferente, milagroso, no es producto <strong>del</strong> esfuerzo humano. No podemos con arrogancia hacerlo llegar, sino que tenemos<br />

que esperar pacientemente que venga (1 Ts. 5:8, 19), como aquellos que siembran la semilla (cf. Mr. 4:26ss); cf. también las parábolas<br />

de la semilla de mostaza (Mt. 13:31–32), de la levadura (Mt. 13:33), y menos obviamente la <strong>del</strong> trigo y la cizaña (Mt.<br />

13:24ss), el tesoro y la perla (Mt. 13:44–45), la red barredera (Mt. 13:47ss), el siervo malvado (Mt. 18:23ss), los jornaleros (Mt.<br />

20:1ss), el banquete de bodas (Mt. 22:2ss), y las vírgenes (Mt. 25:1ss). En todos los casos se muestra que el reino es diferente, tal<br />

como se hace presente ahora mismo de manera abrumadora en los signos que se dan en el ministerio de Jesús. En este sentido el<br />

reino es la catástrofe cósmica de la apocalíptica (Mr. 13; 14:25), si bien Jesús rehúsa describir las cosas <strong>del</strong> fin, rechaza por inaplicable<br />

la burla de los saduceos (Mr. 12:25–26), y no quiere dar las señales que la gente pide (Lc. 17:20–21: el reino no viene con<br />

señales espectaculares, sino que está «entre» y «en medio de» nosotros). Con el reino, Jesús no promete la gloria política para<br />

Israel sino la salvación para el mundo. Queda aún cierto privilegio para Israel (Mt. 19:29), pero los judíos no tienen un derecho<br />

particular (cf. Ro. 2). El reino no se alcanza mediante los logros éticos individualistas, sino mediante la participación como miembro<br />

en la comunidad, la cual está amparada por la promesa. Por otro lado, el acceso al reino no viene –como sería en la mentalidad<br />

griega– con la ejercitación espiritual, los éxtasis ni la ascesis. Las descripciones antropomórficas le hacen menos violencia a la<br />

majestad supraterrenal de Dios, que la presentación <strong>del</strong> reino como una autoevolución humana. El punto negativo que el reino es<br />

totalmente diferente <strong>del</strong> mundo es la cosa más positiva que se puede decir acerca de él. La realización <strong>del</strong> reinado de Dios es futura,<br />

pero este futuro determina nuestro presente. Al colocarnos frente a Dios y su reinado, exige la conversión. Una respuesta de fe<br />

nos pone en contacto con este reino, el cual viene aparte de nosotros, y por eso el evangelio es para nosotros una alegre noticia.<br />

e. Muchos términos describen nuestro trato con el reino. Dios lo da como un regalo (Lc. 12:32). A unos se les quita y a otros se les<br />

da (Mt. 21:43). Cristo le da sus llaves a Pedro (Mt. 16:19). Lo destina para nosotros como el Padre lo destinó para él (Lc. 22:29).<br />

Dios nos llama a él (1 Ts. 2:12), nos ha colocado en él (Col. 1:13), nos hace dignos de él (2 Ts. 1:5), nos salva para él (2 Ti. 4:18),<br />

y lo ha prometido (Stg. 2:5). No obstaculiza su entrada como hacen los fariseos (Mt. 23:13). Nosotros, por nuestra parte, lo recibimos<br />

como niños (Mr. 10:15; cf. Heb. 12:28), lo heredamos (Mt. 25:34; cf. 1 Co. 6:9–10; Gá. 5:21; Ef. 5:5; Stg. 2:5), lo vemos (Mr.<br />

9:1; Jn. 3:3), entramos en él (Mt. 5:20; 7:21; etc.), o vamos hacia él (Mt. 21:31). Hemos de ser hijos <strong>del</strong> reino (Mt. 8:12). Podemos<br />

hallarnos «no lejos de él» (Mr. 12:34), o estar «instruidos en él» (Mt. 13:52). Cuando nos decidimos por Dios, somos aptos para el<br />

reino (Lc. 9:62). Exige esfuerzo; debemos ser colaboradores para él (¡no de él! Col. 4:11), combatir por él (Heb. 11:33), buscarlo<br />

con empeño (Mt. 6:33). Está destinado para los pobres (Mt. 5:3), los perseguidos (Mt. 5:10), y los niños (Mt. 19:14). Por eso la<br />

invitación de Dios exige la μετάνοια (conversión). Diversas parábolas destacan la radicalidad de la decisión (cf. Mt. 22:1ss;<br />

13:44ss). Debemos arrancarnos el ojo o la mano (Mt. 5:29–30) o incluso hacernos eunucos (Mt. 19:12) por causa <strong>del</strong> reino. Esta<br />

última afirmación [p 106] no exige la autocastración ni siquiera el celibato voluntario, sino que se propone ilustrar la naturaleza<br />

drástica de la decisión que hay que tomar. Muchos serán arrancados (Mt. 22:14). El entusiasmo pasajero no basta (Lc. 9:62). Hay<br />

que calcular el costo (Lc. 14:28ss). No bastará con oír sin hacer (Mt. 7:21, 24ss). Se requiere una disposición suprema al sacrificio<br />

(Mt. 10:37).<br />

f. Sólo Jesús satisface a cabalidad las exigencias <strong>del</strong> reino. Por eso el reino de Dios está especialmente vinculado con Cristo. Es en<br />

Cristo que viene el reino de David (Mt. 21:9 par. Mr. 11:10). «Por causa <strong>del</strong> reino» en Lucas 18:29 significa «por causa mía y <strong>del</strong><br />

evangelio» en Marcos 10:29 y «por mi nombre» en Mateo 19:29. El reino de Dios en Marcos 9:1 es lo mismo que el Hijo <strong>del</strong><br />

Hombre y su reino en Mateo 16:28. Para Jesús, el reino de Dios que invade ha venido en su persona. Esta ecuación explica porqué<br />

la misión <strong>del</strong> Mesías es de una vez por todas. El término de Orígenes αὐτοβασιλεία resume apropiadamente la ecuación, lo cual<br />

también explica porqué los escritos posteriores <strong>del</strong> NT no se refieren tanto al reino, ya que la expresión «el Señor Jesucristo» es en<br />

sí misma un sustituto adecuado.<br />

4. En vista de la αὐτοβασιλεία el NT se refiere sólo una vez a los creyentes como el reino (Ap. 1:6), y aquí es clara la implicación<br />

que lo son sólo en sentido derivado, e. d. por su vínculo con Cristo.<br />

86<br />

βασίλισσα. En Mateo 12:42; Lucas 11:31 leemos acerca de la «reina» <strong>del</strong> sur que confrontará a los judíos impenitentes porque<br />

ella vino a escuchar la sabiduría de Salomón. En Hechos 8:27 se habla de la reina etíope Candace. En Apocalipsis 18:7 la ramera<br />

Babilonia está sentada como una reina y es juzgada.<br />

βασιλεύω. Esta palabra, que significa «ser rey» o «reinar», se usa con referencia a Jesucristo en Lucas 1:33, a Dios en 1 Corintios<br />

15:25, y a Dios y su Cristo en Apocalipsis 11:5. Los llamados reinarán junto con Dios (Ap. 5:10) o con Cristo (20:4, 6) por toda la<br />

eternidad (22:5). Este reinar con Cristo se halla detrás de la afirmación irónica de Pablo en 1 Corintios 4:8 (cf. v. 8b). Nosotros<br />

reinamos con Cristo porque reinamos por medio de él (Ro. 5:17). Por su don, la gracia reina (Ro. 5:21) cuando son destruidos esos<br />

usurpadores que son el pecado y la muerte. Hay referencias a reinados humanos en Mateo 2:22; 1 Timoteo 6:15 (cf. Lc. 19:14, 27).

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