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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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E. Los profetas en la iglesia antigua.<br />

I. Los profetas <strong>del</strong> AT.<br />

746<br />

1. Bernabé suele referirse a los profetas <strong>del</strong> AT en la prueba a partir de la profecía, aunque para interpretarlos se necesitan la<br />

iluminación y el amor (5.6; 6.2ss). Los profetas hablan especialmente de Cristo (5.5ss; 6.6–7), pero también de los cristianos<br />

(11.1ss), quienes son el pueblo santo de la alianza (14.6ss).<br />

2. Justino desarrolla la prueba a partir de la profecía de un modo aún más explícito. La filosofía se basa en la profecía, y el mito la<br />

imita (Apología 32; 44.8ss; 54). Los escritos proféticos abarcan todo el AT, todo el cual se relaciona con Cristo, aunque a veces<br />

oscuramente. Los profetas posteriores son más precisos y explican las profecías más antiguas. El Espíritu Santo ha insinuado plenamente<br />

a Cristo en los profetas, con referencias a su nacimiento virginal, sus milagros, su entrada en Jerusalén, su arresto, su<br />

silencio, su escarnio, su crucifixión, su muerte, su resurrección y su retorno (cf. Apología y Diálogo).<br />

[p 942] II. Jesús como profeta. Donde más cabalmente se desarrolla el tema de Jesús como profeta es en los escritos pseudoclementinos.<br />

Estos presentan «profeta» como un título cristológico. Jesús es el profeta de Deuteronomio 18:15, que realiza señales y prodigios<br />

como Moisés. En apoyo de esto se aducen dichos y relatos de los Evangelios. Sin embargo, al estilo gnóstico, Jesús es el<br />

predicador de la verdad más que el libertador escatológico. Aunque es único, el verdadero profeta lo precede, encarnándose en<br />

Adán y viniendo en Abraham, Moisés, etc. para traer al mundo la verdad salvadora.<br />

III. Los profetas de la iglesia. A los profetas se los tiene en alta estima en Didajé 13.1ss, donde se les deben pagar diezmos. Pueden<br />

dar gracias con libertad (10.7) y no hay que tratarlos de manera crítica a menos que se pruebe que son falsos profetas. Van siendo<br />

reemplazados, sin embargo, por los obispos y diáconos (15.1–2). Hermas no se llama a sí mismo profeta, pero conoce profetas que<br />

esperan en el Espíritu y hablan según decide el Espíritu (Mandatos 11.8–9). En general los profetas van perdiendo prominencia, a<br />

medida que se desvanecen los poderes carismáticos y los falsos profetas acarrean descrédito a la profecía. Ireneo asegura tener<br />

dones proféticos, pero da prioridad a los obispos, presbíteros y diáconos. Al criticar la profecía pagana, Orígenes cita a profetas <strong>del</strong><br />

AT y no a profetas cristianos. Tertuliano valora a los profetas montanistas, pero no les otorga a los profetas ningún papel muy<br />

decisivo en las iglesias. Los oficiales y las Escrituras los sustituyen.<br />

IV. Los falsos profetas. Es obvio que los falsos profetas ocasionan bastantes dificultades. Didajé 11.8ss muestra que se caracterizan<br />

por la incoherencia de su enseñanza y su conducta. Hermas ofrece criterios morales para desenmascararlos (Mandatos 11.2–3, 12–<br />

13). Son atrevidos, ambiciosos, parlanchines, etc., ofrecen consultas como los hechiceros, reciben honorarios, y le dicen a la gente<br />

lo que la gente quiere oír. Los profetas montanistas son considerados como falsos profetas sobre el fundamento de que no realizan<br />

milagros, de que su predicción de la venida de la nueva Jerusalén en Pepuza es falsa, de que profetizan en trances extáticos, de que<br />

aceptan regalos y adoptan un modo de vida indecoroso, y de que el propio Jesús dijo que después de Juan no habría más profetas.<br />

Para muchas de esas críticas puede haber poco fundamento, ya que Tertuliano respeta a los montanistas, viven ascéticamente, hay<br />

acuerdo general de que en lo doctrinal son ortodoxos, y la iglesia no rechaza el éxtasis en principio. Con la derrota <strong>del</strong> montanismo,<br />

el ministerio institucional adquiere una victoria decisiva sobre la profecía.<br />

[G. Friedrich, VI, 828–861]<br />

προχειρίζω [designar]<br />

1. Este verbo, desarrollado a partir <strong>del</strong> adjetivo πρόχειρος, significa «tener listo», «manejar», «preparar», «designar» (personas).<br />

2. En la LXX el adjetivo figura en Proverbios 11:3, y el verbo se usa para «elegir», «nombrar» (Éx. 4:13).<br />

3. Filón usa el adjetivo para «cercano» (ideas, etc.). Ni él ni Josefo usan el verbo.<br />

4. En el NT, Hechos usa el verbo tres veces. En los relatos de la conversión de Pablo en 22:14 y 26:16, significa «escoger»,<br />

«designar», «ordenar». No comporta un sentido de predestinación sino de designación para una función. Este es también el sentido<br />

en Hechos 3:20, donde Pedro le dice a la gente que Cristo ha sido designado para ellos, e. d. para su restauración, ya sea con su<br />

ministerio terrenal, su resurrección o su retorno, o desde el puro principio.<br />

5. En los escritos cristianos primitivos no hay casos de uso <strong>del</strong> verbo.<br />

[W. Michaelis, VI, 862–864]<br />

[p 943] πρῶτος [primero], πρῶτον [primeramente, al principio], πρωτοκαθεδρία [el mejor asiento], πρωτοκλισία [el mejor<br />

puesto], πρωτότοκος [primogénito], πρωτοτοκεῖα [primogenitura], πρωτεύω [ser el primero]

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