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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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existen por él y para él, igual que con Dios (Ro. 11:36; 1 Co. 8:6; Col. 1:16). Él es el Primero y el Último (Ap. 1:17; cf. v. 8). Pero<br />

Dios es su Dios, su Cabeza y su Padre (Ef. 1:17; 1 Co. 11:3; Jn. 5:18). También él es «de» Dios (1 Co. 3:23). Sus títulos, con artículo,<br />

expresan su singularidad (el santo, el elegido, el ungido, el hijo, etc.), pero el genitivo «de θεός» muestra su derivación de<br />

Dios. La excepción es κύριος.<br />

g. Cristo como θεός en el cristianismo primitivo. En Juan 10:30ss Jesús prueba que el uso de θεοί para referirse a seres humanos no<br />

carece de fundamento bíblico, si bien él mismo sólo asegura ser el Hijo de Dios. En Hebreos 1:8–9 la designación <strong>del</strong> rey <strong>del</strong> AT<br />

como θεός se transfiere a Jesús. En Romanos 9:4–5 Cristo es llamado θεός de manera directa, a no ser que en la última cláusula<br />

tengamos una doxología independiente. En Juan 1:1 «el Logos era Dios» (y cf. algunas lecturas de 1:18). En Juan 20:28 Tomás<br />

reconoce a Jesús como su Dios (y cf. el ciego en 9:38). Cf. también Tito 2:13 y, fuera <strong>del</strong> NT, Didajé 10.6; Carta de Ignacio a los<br />

Efesios 18.2, etc.; y las cartas de Plinio 10.96.7. Cristo, como el representante de Dios, es él mismo el portador de la naturaleza y<br />

el oficio divinos.<br />

h. La triple relación de Dios, Cristo y el Espíritu. La relación entre Dios y Cristo encuentra su expresión en fórmulas que enuncian<br />

tanto su unidad como la primacía de Dios (1 Co. 8:6; 1 Ti. 2:5; Mt. 23:8ss). Aparecen fórmulas triádicas que incluyen ángeles (Lc.<br />

9:26), y cf. los espíritus de Apocalipsis 1:4–5. Pero la tríada habitual es Dios, Cristo y el Espíritu, quien se halla en una relación<br />

especial tanto con Dios (Jn. 4:24) como con Cristo (Mr. 3:29–30; Lc. 1:35; Jn. 3:34; Ro. 8:27, 34; Jn. 16:14), pero quien también<br />

continúa la obra de Cristo (Jn. 14:26; Gá. 4.ss). Es así como encontramos fórmulas triádicas que abarcan a Dios, Cristo y el Espíritu<br />

en 1 Corintios 12:4ss; 2 Corintios 13:13; Mateo 28:19. Estas fórmulas expresan la relación indisoluble y triple, pero no llegan<br />

realmente a hablar de una unidad trina. El enunciado claramente definido de 1 Juan 5:7 no fue interpolado en el texto sino hasta el<br />

siglo VI.<br />

[p 326] 3. El ser personal de Dios.<br />

a. El conflicto con el antropomorfismo en el mundo judío. La LXX trata de purificar el concepto de Dios mediante pequeñas<br />

alteraciones, p. ej. introduciendo un mensajero divino en Éxodo 4:24, o poniendo «poder» en vez de «mano» en Josué 4:24, o<br />

hablando de ver el lugar de Dios en vez de a Dios mismo en Éxodo 24:10, o diciendo en Génesis 6:6–7 que Dios muestra su gracia<br />

en lugar de decir que se arrepiente. Posteriormente los helenistas van más lejos al alegorizar el AT, al encontrar contenidos abstractos<br />

en los antropomorfismos, y al poner en su lugar conceptos filosóficos. Pero la fe en el Dios personal se mantiene. Es así<br />

como Josefo utiliza términos foráneos pero sigue hablando <strong>del</strong> Dios vivo de sus padres. Los rabinos evitan las alegorías pero explican<br />

los antropomorfismos como acomodaciones divinas a la fragilidad humana, si bien ellos mismos en la oración llaman Padre<br />

a Dios, hablan de su oído y de su mano para atender sus necesidades, y lo conciben como un Dios que llora por Jerusalén. Al enfatizar<br />

la voluntad de Dios, no lo equiparan a él con sus atributos pero destacan su carácter personal. Así, si bien tanto griegos como<br />

judíos eliminan el antropomorfismo, los primeros consideran que la personalidad en sí es antropomórfica, mientras que los segundos<br />

distinguen entre el antropomorfismo y la fe en el Dios personal. Dios no es como nosotros, pero tiene voluntad, habla y escucha.<br />

b. El Dios personal <strong>del</strong> NT. En el NT el antropomorfismo es un problema superado. Aquí la naturaleza personal de Dios es una<br />

realidad viviente revelada en Cristo y en el Espíritu (2 Co. 4:6; Ro. 8:27; cf. la oración «Abba» en Ro. 8:15). Al tú que Dios nos<br />

dirige respondemos dirigiéndole a Dios un Tú. Dios es el Dios viviente de la voluntad y <strong>del</strong> designio, a quien podemos acercarnos<br />

con oraciones y clamores de ayuda. Se sabe que él es fiel y veraz (Ro. 11:2; Jn. 3:33; Tit. 1:2), bondadoso (Ro. 2:4), justo (Ro.<br />

1:18), santo y perfecto (Mt. 5:48). No se trata de descripciones abstractas sino de testimonios históricos. Se expresan mediante<br />

adjetivos atributivos o predicativos (Ro. 16:27, etc.), mediante un genitivo de θεός con sustantivo (Ro. 3:3) o θεός con genitivo<br />

(Ro. 15:5, etc.), mediante una audaz ecuación (1 Jn. 4:8, que hace de Dios el origen y la norma <strong>del</strong> amor), mediante predicados<br />

referentes a su naturaleza (Ro. 16:26; 1 Ti. 1:11), y mediante una ecuación con predicado neutro (Jn. 4:24; 1 Jn. 1:5).<br />

4. La trascendencia de Dios.<br />

a. El poder de Dios como soberano en la religión semítica. (1) En el mundo semítico las deidades se definen por su poder, y por lo<br />

tanto llevan títulos de gobierno. En relación con los seres humanos ellos son amos, protectores, jueces, padres, reyes. En relación<br />

con el mundo son gobernantes que dirigen su destino. (2) Las ideas mágicas, los cultos de la fertilidad y las mitologías astrales<br />

disuelven este concepto en un sincretismo, pero en Israel los profetas lo profundizan. El Dios de Israel es el absoluto Creador y<br />

Soberano de todas las cosas. Esto lo expresa la LXX enfatizando el término κύριος y ciertas palabras conexas como δεσπότης y<br />

βασιλεύς.<br />

b. Dios y el mundo en el judaísmo tardío. Dios está por encima <strong>del</strong> mundo, y se sirve de intermediarios para ejecutar sus órdenes. Es<br />

inmortal, pero lo es en forma dinámica en tanto Soberano. No está fuera <strong>del</strong> mundo sino encima de él, y por eso es omnipresente<br />

en vez de distante. Él es el todo, pero como su Creador y no en un sentido panteísta. Nosotros no estamos «en» Dios mediante una<br />

unión natural o extática, sino que venimos «de» él. Él está «con» nosotros en virtud de su alianza, de modo que en cualquier nece-

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