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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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3. La <strong>del</strong>imitación de la revelación. Mientras que la visión griega se mueve entre la compresión en un misterio y la extensión<br />

cosmopolita, en el AT el culto no es una religión mistérica ni <strong>del</strong> mundo. Dios es el Dios de su pueblo libremente escogido (Éx.<br />

19:4ss). En cuanto tal él es el Dios <strong>del</strong> mundo, que se declara también a las otras naciones en sus juicios (Is. 13ss) y bendiciones<br />

(Am. 9:7). Él puede llamar a los otros pueblos al arrepentimiento (Jon. 3:4ss), y al conducir a su propio pueblo a la salvación va a<br />

compartir con ellos su revelación (Is. 41:1ss; 45:4ss; 49:1ss, etc.). Pero todo esto tiene lugar dentro de la relación de alianza con su<br />

pueblo, y como el acto propio de Dios sobre el cual nadie puede reclamar derecho alguno. Puesto que la revelación es el acto propio<br />

de Dios, él puede revelarse fuera de Israel, y en Israel se puede hallar revelación falsa así como verdadera (cf. 1 R. 22:19ss).<br />

En efecto, debido a la pecaminosidad <strong>del</strong> pueblo, hay un conflicto con la falsa profecía, la cual parece [p 404] tomar forma institucional<br />

y ruge a lo largo de los siglos (1 R. 22:5ss; Jer. 2:26; 6:13ss; 18:18ss, etc.). El propio Dios puede incluso servirse de esa<br />

profecía en juicio (1 R. 22:19ss). Tan agudo es el problema, que el AT avanza criterios por medio de los cuales distinguir a los<br />

profetas verdaderos de los falsos (Dt. 18:21): a. la motivación (cf. Miq. 3:5; Am. 7:14, aunque también 2 R. 4:8ss); b. la recepción,<br />

con el poderoso impacto de la recepción de la palabra (en vez de los sueños) como punto decisivo (Jer. 23:28; Éx. 33:11; Am. 3:8;<br />

vinculado con las visiones, Is. 6; Am. 7–9; Zac. 1ss); c. el cumplimiento (1 S. 3:19; 1 R. 8:56; Dt. 18:22), aunque la voluntad de<br />

Dios no es inalterable, y podrá ajustarse a una situación cambiante (Is. 28:23ss); d. el contenido, que en los verdaderos profetas<br />

siempre será fiel antes que complaciente, ya se trate de un mensaje de juicio o de salvación (1 R. 22:5ss; Miq. 3:5; Is. 7:1ss). La<br />

verdadera profecía, aunque no es moralista, siempre tendrá una orientación moral (Jer. 23:21–22). No refleja nuestro propio juicio,<br />

sino que nos coloca bajo el juicio de Dios y luego conduce, a través <strong>del</strong> juicio, hacia la gracia. Dios mismo se da a conocer a sus<br />

mensajeros, tanto interiormente como históricamente. Con frecuencia tienen incertidumbres interiores (Jer. 20:7ss), pero la revelación<br />

les impone una limitación y les confiere la confianza que necesitan.<br />

4. Revelación y escatología. La revelación <strong>del</strong> AT es especialmente distintiva en relación con el futuro. No se refiere a lo que<br />

siempre es, sino a lo que ha de ser. El futuro no es la utopía <strong>del</strong> optimismo natural. El día de Dios es primero un día de oscuridad<br />

(Am. 5:18ss) y sólo posteriormente un día de salvación final (Am. 9:11–12; Is. 9:1ss). La apocalíptica se desarrolla con la revelación<br />

de la gloria futura (cf. ya Ez. 40ss; Sal. 46–47; 96–99).<br />

5. El uso. ἀποκαλύπτειν tiene primero el sentido ordinario de «descubrir» (Éx. 20:26, etc.), o el figurado de «iniciar» (1 S. 20:2).<br />

Tiene peso teológico sólo cuando el sujeto es Dios (Nm. 22:31; 1 S. 2:27; 2 S. 7:27). Pero no hay un término fijo para revelación, y<br />

ἀποκαλύψις no se usa en este sentido. El verbo encuentra un uso importante en Isaías 56:1, donde denota la manifestación escatológica<br />

de la liberación divina existente.<br />

D. La actitud <strong>del</strong> judaísmo ante la revelación.<br />

1. Puntos generales. El judaísmo ya no espera revelación directa. El énfasis se pone en la revelación pasada que consta en la ley, los<br />

profetas y los escritos. La tradición oral se entiende sólo como exposición. La voluntad de Dios ya se conoce, y hay que cumplirla.<br />

En el último tiempo vendrá nueva revelación, pero en parte como nueva exposición. En el judaísmo helenístico los términos<br />

ἀποκαλύπτειν y ἀποκαλύψις son poco comunes; Filón no usa ninguno de los dos.<br />

2. La apocalíptica. La apocalíptica constituye un sustituto de la revelación (el término viene <strong>del</strong> último libro <strong>del</strong> NT). Es distintivamente<br />

palestinense, aunque difícil de conectar con ningún grupo específico, y popular también en el judaísmo helenístico. El género<br />

es pseudoepigráfico; las revelaciones se derivan supuestamente de grandes personajes <strong>del</strong> pasado. Se enfatiza la trascendencia<br />

divina. El nuevo eón existe ya y, cuando el mal alcance un clímax, irrumpirá con poder. Para los videntes el velo ya ha sido levantado<br />

en las visiones, y ellos las imparten para alentar a los siervos de Dios que están en la lucha. La seriedad de los temas, el concepto<br />

de la historia universal, y la comprensión dinámica de la revelación hacen de la apocalíptica una fuerza importante.<br />

3. La revelación natural. En parte por razones apologéticas y en parte por razones polémicas, el judaísmo helenístico se inclina más<br />

al inmanentismo. Filón y el libro de la Sabiduría (p. ej. 13:3ss) disciernen a Dios en la belleza y la teleología <strong>del</strong> mundo, de modo<br />

que la idolatría, si bien es inexcusable, es también lastimosa. El problema aquí es que en Filón, como en la filosofía griega, el movimiento<br />

va de abajo hacia arriba, de modo que a Filón se le hace difícil esquivar la amenaza <strong>del</strong> panteísmo. Un desarrollo paralelo<br />

es la ecuación de ley revelada con ley natural.<br />

E. La revelación en el NT. El NT hereda y presupone la revelación <strong>del</strong> AT. Es así como pasa por alto el judaísmo, con la excepción<br />

<strong>del</strong> impacto escatológico de la apocalíptica. La dinámica distintiva de su perspectiva sobre la revelación brota de la relación entre<br />

historia y escatología.<br />

[p 405] 1. La revelación en los autores de los Sinópticos. El testimonio <strong>del</strong> Bautista (Mt. 3:2) y el mensaje inicial de Jesús (Mr. 1:15)<br />

implican que Dios está por venir y va a manifestar su reino. Debemos prepararnos para este acto divino de revelación. Pero pronto<br />

resulta evidente que Jesús mismo es el reino. Este está presente en él como realidad escatológica. Él otorga la revelación (Mt.<br />

11:27), la encarna, y será quien finalmente la manifieste (Mr. 8:38) cuando él mismo se manifieste (Lc. 17:30). Por el Padre, los<br />

creyentes pueden verlo a él ya tal como es (Mt. 16:17). El dar a conocer la revelación que está presente en Jesús es en sí mismo un

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