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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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miento con la palabra y el acto de perdón. Los apóstoles continúan su ministerio con la proclamación de la salvación realizada. A<br />

diferencia de Jesús, que la confiere por participación, ellos llaman a sus oyentes a recibirla mediante el arrepentimiento (Hch.<br />

2:38); la diferencia respecto al Bautista es que ahora ellos pueden declarar para el perdón una base consumada, no ya sólo esperada.<br />

Aquí el sentido habitual de pecado es el acto individual, y de allí su uso normal en plural.<br />

2. Juan.<br />

También Juan presenta a Cristo como vencedor sobre el pecado, más específicamente quitándolo en su muerte (cf. 1 Jn. 3:5). Esta<br />

obra expiatoria tiene significación universal (1 Jn. 2:2). Se basa sobre la propia impecabilidad de Jesús como aquel que realiza la<br />

voluntad <strong>del</strong> Padre (Jn. 8:46). Aquí el pecado es toda acción que contradice la ordenanza divina (1 Jn. 3:4). Se deriva de la impiedad,<br />

es universal, involucra los pecados contra los demás, y acarrea la culpa y la separación con respecto a Dios (Jn. 9:31; 1 Jn.<br />

3:8) en servidumbre a la potestad demoníaca (Jn. 8:34). La misión de Jesús abre paso a una nueva situación expresada en el término<br />

κρίσις, e. d. división y decisión. La venida de Cristo muestra que el pecado es odio contra Dios. Frente a Cristo se toma la<br />

decisión que divide a los seres humanos (Jn. 9:41). Aquellos que rechazan a Cristo mueren en pecado (1 Jn. 5:16–17). Pero aquellos<br />

que lo reciben encuentran el perdón (1 Jn. 1:9). La liberación <strong>del</strong> pecado se logra en la comunidad, donde los creyentes nacen<br />

de Dios, reciben la fe y el conocimiento, y realizan la nueva situación en amor (cf. 1 Jn. 3:6, 9). Naturalmente brota la tensión<br />

porque los cristianos en realidad sí pecan, pero pueden mantener una impecabilidad básica gracias al papel de Cristo como abogado<br />

(1 Jn. 2:1) y a la intercesión mutua (1 Jn. 5:16). En el Apocalipsis, la obra de amor de Cristo nos libera <strong>del</strong> orden pecaminoso<br />

<strong>del</strong> mundo (1:5). Su sangre tiene poder expiatorio. Nuestra tarea en el tiempo final es resguardarnos <strong>del</strong> creciente poder <strong>del</strong> pecado<br />

(18:4–5). Mediante un acto final y definitivo, Dios destruirá el dominio universal <strong>del</strong> pecado <strong>del</strong> cual ya hemos sido liberados.<br />

3. Pablo.<br />

a. La visión de Pablo se orienta hacia la obra de Dios en Cristo, la cual (1) viene a nosotros en la realidad específica <strong>del</strong> pecado, y (2)<br />

nos rescata de esa realidad y nos reconfigura.<br />

b. La forma en que Pablo ve el pecado brota de su propia experiencia bajo la revelación. Desde una irreprochabilidad legal (Fil.<br />

3:6) es llevado a ver y confesar el pecado de perseguir a la iglesia (1 Co. 15:9), que era resultado de su intento de ser justo por su<br />

propia cuenta, y por ende de su oposición a Dios aunque fuera en el celo por su ley. Por eso para él el pecado es, en su raíz, hostilidad<br />

contra Dios. Entró en el mundo por medio de Adán (Ro. 5), y por lo tanto mediante la libertad, pero nos subyugó a sí mismo y<br />

nos acarreó como salario la muerte (Ro. 6:23). Es así como Pablo conecta el pecado con el destino universal, pero no lo retrata<br />

como una necesidad de nuestra condición de criaturas. El acto de Adán, la muerte y la situación general de pecado están interconectados.<br />

El juicio, revelado en Cristo, se basa en nuestro ser en cuanto tal. El estado de pecado existe a partir de Adán, pero sólo<br />

queda esclarecido por la ley, la cual da actualidad al pecado y revela su carácter (cf. Ro. 8:7), a saber, como culpa responsable en<br />

enemistad contra Dios. Nuestra realidad carnal es pecaminosa, no en el sentido que el pecado se equipare con el cuerpo, sino en el<br />

sentido que en nuestro ser carnal estamos determinados por el pecado. La ley conduce a pecados individuales al estimular deseos<br />

que se oponen a la exigencia divina. La médula de los pecados individuales es el no reconocer a Dios (Ro. 1:21). Esto les da a<br />

todos los pecados el carácter de culpa <strong>del</strong>ante de Dios, y desemboca en el pecar [p 57] como castigo <strong>del</strong> pecado (Ro. 1:24ss). Al<br />

usar la santa voluntad de Dios para aumentar su poder, el pecado tiene una cualidad demoníaca (Ro. 7:13), que nos esclaviza<br />

(7:14) y nos entrega a la muerte, de modo que no podemos cumplir la ley (7:15ss; cf. Ef. 2:1). La ley, sin embargo, sigue desempeñando<br />

su función santa al desenmascarar el pecado.<br />

c. El acontecimiento de Cristo nos sorprende en esta realidad <strong>del</strong> pecado. Cristo viene de parte de Dios a juzgar el pecado y a<br />

destruirlo (2 Co. 5:21). El Jesús sin pecado se hizo pecado en una expiación vicaria mediante la crucifixión y la resurrección. Cristo<br />

puede representarnos a nosotros a causa de nuestra solidaridad en el pecado. Es así como el acontecimiento de Cristo vence el<br />

pecado para todos nosotros. Su venida a nosotros nos libera <strong>del</strong> pecado y nos constituye de nuevo. Justificados por la fe, tenemos<br />

la remisión de los pecados (cf. Ef. 1:7). Mediante la comunión con Cristo en el bautismo, quedamos muertos al pecado (Ro. 6:2).<br />

Habiendo muerto al pecado, estamos libres de él (6:7); ya no estamos bajo la ley (6:14); somos siervos de la rectitud (6:14), y no<br />

tenemos porqué continuar en el pecado (6:1). La libertad respecto al pecado significa la obediencia de la fe (cf. 14:23) y se expresa<br />

en el amor a los hermanos (1 Co. 8:12). Pero existe una tensión entre la vida somática, que está entregada a la muerte, y la vida<br />

pneumática, que ha vencido a la muerte (Ro. 8:10). Esta tensión continúa hasta que Cristo vuelve otra vez para abolir definitivamente<br />

el pecado y la muerte (1 Co. 15:26).<br />

4. Los otros escritos <strong>del</strong> NT.<br />

a. Hebreos considera el pecado desde el punto de vista cultual, presentando a Cristo como sumo sacerdote verdadero y sin pecado<br />

que presenta la única ofrenda por el pecado, en contraste con los sumos sacerdotes humanos que presentan numerosas ofrendas por<br />

sí mismos y por el pueblo. La ofrenda de Cristo pone fin al culto, trayendo el perdón e iniciando la era mesiánica (10:17–18). Los

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