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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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mado de Jeremías se acerca a Isaías 49:1ss, pero el profeta dice que es «conocido» en vez de «escogido». Como en el caso de Isaías<br />

(Is. 6) o en el de Amós (7:14), el punto es que la idea de la selección por parte de Dios carece de sentido para los profetas. No<br />

es como si él estuviera escogiendo entre muchas posibilidades.<br />

c. A veces se dice que los héroes nacionales tales como Abraham (Neh. 9:7), Moisés (Sal. 106:23) y David (Sal. 78:70) han sido<br />

elegidos, pero estas referencias son pocas y tardías.<br />

d. Lo mismo se aplica a la elección para el oficio sacerdotal. La elección de Elí es anterior (1 S. 2:28), pero tiene poca significación<br />

teológica independiente.<br />

e. En general la elección de individuos se da en el contexto de la elección de la comunidad. Los que oran (Sal. 65:4) tienen conciencia<br />

de su elección, que ellos experimentan como gracia divina que se renueva en el culto. Si en esta experiencia quedan separados<br />

de los inicuos entre el pueblo (Sal. 5:5ss), es como representantes personales de la nación elegida. Lo que se dice sobre los individuos<br />

ejemplifica el único concepto que se deriva <strong>del</strong> común legado de la fe.<br />

[p 507] 6. La elección <strong>del</strong> rey. Lo mismo es aplicable al rey. Él no es un gobernante divino al estilo pagano, sino que es elegido por<br />

Dios para garantizar la dirección divina <strong>del</strong> destino <strong>del</strong> pueblo, sobre una base religiosa. Es por amor a Israel que Dios establece a<br />

David (2 S. 5:12); el pueblo <strong>del</strong> rey es el pueblo de Dios (Sal. 28:8). Hay, desde luego, más referencias directas a la unción que a la<br />

elección, y hay un elemento político en la institución de un rey, que significa que también se puede decir que el pueblo escoge a su<br />

gobernante (1 S. 8:18; 12:13). Nótese, sin embargo, que hay en estas referencias un elemento escéptico. Si bien no se puede eludir<br />

un elemento popular, queda desaprobado excepto en la medida en que Dios mismo toma una decisión en favor de aquel a quien el<br />

pueblo escoge, de modo que el portador <strong>del</strong> oficio regio puede ser considerado como el elegido de Yavé. Esto explica porqué es<br />

imposible en Israel una monarquía secular sin sanción sacra (cf. Isbaal en 2 S. 2:8–9 y Adonías en 1 R. 1:38ss). Aun cuando Saúl<br />

es escogido por el pueblo, y gana su victoria sobre los amonitas, tiene que darse la ratificación mediante la escogencia divina en 1<br />

Samuel 10:17ss, y mediante la unción en 1 Samuel 10:1, donde Samuel sirve de representante <strong>del</strong> nabiísmo con su énfasis carismático<br />

(cf. 10:5ss). La ley de la monarquía en Deuteronomio 17:14ss hace entonces una distinción entre la elección divina y la institución<br />

humana. El énfasis se pone sobre la decisión de Dios. Dios designa, la unción ratifica la escogencia divina, y el pueblo añade<br />

su propia ratificación (2 R. 10:5), aunque esta ratificación también puede a veces ser llamada la escogencia por parte <strong>del</strong> pueblo<br />

(2 S. 16:18).<br />

7. La elección <strong>del</strong> pueblo.<br />

a. La idea de la elección nacional halla una clara formulación en Deuteronomio 14:2, pero está implícita en la idea básica de que<br />

Israel es el pueblo de Dios (cf. Jue. 5:11). En términos seculares esta idea expresa un sentido de nacionalidad fortalecido por la<br />

experiencia común. La fe en Dios, sin embargo, es el impulso que se halla detrás <strong>del</strong> desarrollo de la nacionalidad, y que puede<br />

sustentarla incluso cuando se pierde la identidad política (Jer. 31:10). La supremacía de Dios está ligada con el poder y la lealtad<br />

de Israel, pero también le confiere a este pueblo su singularidad (Nm. 23:9). Sólo sobre la base de la fe en la omnipotencia de Dios<br />

el pueblo puede mantenerse en medio de las culturas ajenas y sus recursos.<br />

b. El encuentro entre la elección nacional y el gobierno universal de Dios plantea la pregunta <strong>del</strong> propósito de Dios al elegir a Israel.<br />

Surge entonces un choque en el cual los profetas oponen un compromiso ético incondicional a una autoconciencia nacionalista, e<br />

incluso proponen el concepto de una misión <strong>del</strong> pueblo elegido hacia las naciones.<br />

c. Particularmente en Israel (en contraste a Judá) se fomenta un nacionalismo religioso que evade la autoridad incondicional de lo<br />

ético, y que encuentra fácil seguridad en la idea de la presencia cultual de Dios (Miq. 3:11). El grito de «Paz, paz» (Jer. 6:14)<br />

cuando no hay paz política excepto en el equilibrio de las grandes potencias, sirve sólo para cegar este nacionalismo teológicamente<br />

perverso ante las crisis morales internas que, a pesar de los éxitos militares <strong>del</strong> momento, acarrearán a fin de cuentas el desastre.<br />

d. El mensaje profético no disputa la elección de Israel, pero muestra que esta implica una responsabilidad especial antes que una<br />

primacía o privilegio. Es así como Amós destaca que la nación elegida está sujeta a un escrutinio y un juicio especiales (Am. 2:4ss;<br />

4:12), ya que el interés de Dios por su pueblo es en su rectitud (5:24), no en su grandeza.<br />

e. En Deuteronomio (cf. 4:37; 7:6; 10:15), la elección <strong>del</strong> pueblo descansa sobre el amor de Dios, no sobre ninguna cualidad<br />

nacional, y conlleva un compromiso con la santidad. El pensamiento racional se mezcla aquí con la certeza de la fe. La idea de<br />

elección, como la de alianza, es a la vez lógicamente clara y teológicamente fructífera. El amor y la fi<strong>del</strong>idad son lo que determina<br />

la escogencia divina.<br />

f. Desde cierto punto de vista, la elección establece la condición especial de los elegidos como un pueblo santo que debe estar al<br />

servicio de los propósitos de Dios. Desde otro punto de vista, el concepto sustenta la idea de la historia como el lugar de la revelación<br />

de Dios. El Señor de la tierra da a conocer su voluntad en un proceso histórico que abarca a toda la gente.

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