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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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a. La ciudad simboliza a sus habitantes y por lo tanto puede hablar, sufrir y ser salvada, en una ecuación con el pueblo o la comunidad<br />

(cf. Sal. 79:1–2; Miq. 7:8ss; Is. 51:17ss; 46:13).<br />

b. Desde tiempos de Jeremías la ciudad es símbolo <strong>del</strong> pueblo o de la comunidad como tal (Jer. 1:3; 4:11; 13:9–10). Cuando<br />

Jeremías 4:14 llama a Jerusalén a arrepentirse, se está pensando en el pueblo. En Isaías 40:1–2 Jerusalén es el pueblo de Dios en<br />

todo lugar y tiempo. La misma ecuación se da en la expectación escatológica (cf. Is. 65:19ss). Esta ecuación de ciudad y pueblo<br />

significa que nadie más que los israelitas debe vivir en ella (Neh. 2:20).<br />

4. Sede y ciudad de Dios.<br />

a. La introducción <strong>del</strong> arca y la construcción <strong>del</strong> templo establecen a Jerusalén o a Sión como morada de Dios. La referencia<br />

primaria tal vez sea a la colina santa o al templo, pero se llega a incluir a la ciudad entera. El templo es el palacio de Dios al lado<br />

<strong>del</strong> palacio <strong>del</strong> rey (cf. Jer. 8:19). Salmo 9:11 dice que Dios está entronizado en Sión. Dios ha preparado una morada para reinar<br />

allí para siempre (Éx. 15:17–18). Ha escogido a Sión, y hace que su nombre habite en ella (1 R. 11:13, 32, 36; 2 Cr. 7:16; 12:13).<br />

b. En este desarrollo hay que notar la extensión o transferencia <strong>del</strong> centro sagrado, <strong>del</strong> arca al templo, <strong>del</strong> templo a la colina, y de la<br />

colina a la ciudad entera. Cimentada sobre las colinas santas, Jerusalén es ella misma la ciudad de Dios (Sal. 46:4) o <strong>del</strong> gran Rey<br />

(48:2); es la ciudad santa (Is. 48:2; Neh. 11:1).<br />

[p 1010] c. Dios, entonces, está presente en Sión o Jerusalén, incluso en el juicio (Ez. 9:3; 10:2ss; 11:22–23). Es allí donde él<br />

aparece ahora (Sal. 68:17; 50:2; Jl. 3:16; Am. 1:2). El monte Sión y Jerusalén son símbolos de la protección divina (Sal. 125:1–2),<br />

y desde ellos se puede pronunciar la bendición (128:5).<br />

d. Sobre el templo y sobre la ciudad puede recaer el juicio (Jer. 26:6ss; Miq. 3:12), pero como fundación santa de Dios (Is. 14:32–<br />

33) sobrevivirá, de modo que incluso durante el exilio la relación entre ella y la comunidad se mantiene fuerte. La calidad de<br />

miembro en la comunidad <strong>del</strong> templo tiene un significado redentor (Is. 56:1ss), y el templo ha de ser un centro para todas las naciones<br />

(56:7). Aunque se puede hacer una distinción entre el templo y la ciudad (Sal. 68:29), la ciudad entera es la ciudad <strong>del</strong> templo<br />

(Sal. 48), y Sión es a la vez el sitio <strong>del</strong> culto y el culto mismo.<br />

5. La ciudad <strong>del</strong> pecado y <strong>del</strong> juicio.<br />

a. Los profetas denuncian a la ciudad como pecadora, atribuyéndole, como capital que es, la principal responsabilidad por los<br />

pecados <strong>del</strong> pueblo (Miq. 1:5). El verdadero pecado es el de la apostasía y la rebelión contra Dios (Is. 3:8, 16–17). La ciudad idólatra<br />

es como una ramera infiel. El pecado religioso va acompañado <strong>del</strong> pecado ético y social (Miq. 3:10). La esencia misma de la<br />

ciudad es la opresión (Jer. 6:6–7); es una ciudad de culpa por la sangre (Ez. 22:2–3). También está el pecado político de coquetear<br />

con las grandes potencias (Ez. 16:23ss). «Esta ciudad» es la designación despectiva que Jeremías y Ezequiel usan para Jerusalén.<br />

Pagano por su origen, el pueblo es indigno por naturaleza (Ez. 15:6; 16:1ss). La salvación de un resto destaca la justicia <strong>del</strong> castigo<br />

(14:22).<br />

b. Siendo una ciudad de pecado, Jerusalén es también una ciudad de juicio (Is. 29:1ss; 32:13–14). Dios la llamará a cuentas (Sof.<br />

1:12). Babilonia es su agente (Ez. 21:25ss). El juicio asume la forma de guerra y deportación (Jer. 6:23; Ez. 12:1ss). Es sin piedad;<br />

sólo una conversión radical podría alejarlo (Jer. 4:3–4; 15:5). Si en las Lamentaciones el desastre parece incomprensible, ya por<br />

cierto tiempo ha sido inminente (Sal. 137:7).<br />

6. La ciudad de la edad de la salvación escatológica.<br />

a. Durante el exilio el mensaje profético es el de un juicio seguido de la restauración y la salvación final. Lamentaciones 4:22<br />

anuncia el fin <strong>del</strong> juicio, Isaías 40:1ss ofrece un mensaje de consuelo y de retorno, y Zacarías 8:15 promete la edad futura de la<br />

salvación.<br />

b. Dios mismo, quien no abandona a su pueblo (Is. 49:14–15), declara y otorga la liberación (Is. 41:27; 46:13). El exilio le da<br />

oportunidad de mostrar su poder (Miq. 4:10). El esplendor de su gloria significa salvación para Jerusalén y una nueva creación (Is.<br />

60). Dios sigue teniendo a Sión como su elegida (Zac. 3:2), y la edificación <strong>del</strong> segundo templo presagia la restauración (Hag.<br />

2:19). Dios mismo retorna (Ez. 43:1ss), y hay mensajeros de alegría y de paz que anuncian su venida (Is. 52:7ss). Al morar nuevamente<br />

en Sión (Is. 4:5; 30:29; Zac. 2:14), inaugurará su reino escatológico (Is. 24:23, etc.). No es simplemente el Mesías (Zac.<br />

9:9–10) sino Dios mismo quien tiene allí su residencia, estableciendo un régimen aceptable (Jer. 3:15), protegiendo la ciudad, y<br />

constituyendo su gloria interior (Zac. 2:9).<br />

c. La gloria de la ciudad descansa totalmente en la obra salvadora de Dios (Is. 62; 66:10ss). Reconstruida con increíble magnificencia,<br />

extendiéndose más allá de sus murallas, y abierta de día y de noche para el comercio, la nueva ciudad, como capital escatoló-

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