Libro de Actas del Congreso Regional de la Cátedra ... - UNGS

ien se presentan ciertas formas que suponen una actitud metalinguística de
desdoblamiento del locutor en el curso de su producción, como, por ejemplo, el uso de
comillas y de enunciados irónicos.
El ethos retórico
Como sabemos, Aristóteles define la retórica como "el arte de extraer de todo su
tema el grado de persuasión que encierra" o como "la facultad de descubrir
especulativamente lo que en cada caso puede ser propio para persuadir." Desde este
punto de vista se desprenden importantes consecuencias. La retórica es una tejné, es
decir, un modo de conocimiento o saber que se adquiere por la experiencia y en virtud
de cuyo ejercicio se le da existencia a algo que no existe por naturaleza. Entonces, la
técnica se aproxima a la actitud teórica; pero además, en virtud de su carácter
operativo, enriquece al mundo con sus productos culturales.
Por otro lado, Aristóteles propone una retórica de la prueba adaptada al nivel del
público, es decir, del sentido común. De allí que el ethos forme parte de los medios de
prueba o pisteis que vuelven persuasivo el discurso e incluya tanto cualidades morales
como intelectuales del orador, quien hará derivar su autoridad de la articulación de tres
aspectos: el buen sentido o criterio (phronesis), la virtud (areté) y la benevolencia, el
afecto (eunoia). Desde esta perspectiva, la prueba por el ethos consiste entonces en
dar una imagen de sí capaz de convencer al auditorio ganando su confianza. Este es
un punto esencial en Aristóteles: el ethos propiamente retórico estará ligado en él a la
enunciación misma, a la construcción de su discurso. En este sentido, sostiene
Barthes: "[…] son los rasgos de carácter lo que el orador debe mostrar al auditorio
(poco importa su sinceridad) para hacer buena impresión.[…] El ethos es en sentido
propio una connotación: el orador enuncia una información y al mismo tiempo dice: yo
soy esto, yo soy aquello."
Por su parte, la noción de ethos de Maingueneau indaga el modo en que el locutor
elabora una imagen de sí en su discurso. Para legitimar su palabra, sostiene
Maingueneau, el enunciador debe inscribirse en una escena de enunciación, dentro de
la que puede elegir su escenografía: un escenario preestablecido que le convenga y le
proporcione cierto posicionamiento. De este modo, el sujeto no sólo se inscribe en el
discurso a través de las marcas linguísticas de subjetividad; lo hace también activando
un tipo y un género discursivo que modelan la relación con el alocutario. Es dentro de
este marco que la noción de tono de Maingueneau se relaciona con la de ethos: el
tono que se desprende del discurso permite que el destinatario le atribuya al
enunciador un carácter y una corporalidad que provienen de representaciones
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