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mediante una acción formadora, educativa y transformadora. Pasar de los enunciados de<br />

dificultades a la construcción de posibilidades, además de ser un proceso formativo, se<br />

necesita realmente constituir en un proceso de comprensión de la realidad, reflexión sobre<br />

la misma, asi como un estudio de otras experiencias y, en la mayoría de los casos, de<br />

“desarrollo de nuevos pensamientos”. (Alvarado & Luis, 2008)<br />

Los Formado-res<br />

Si bien es cierto que investigadores como Miranda & Rivera (2009) abordan el problema<br />

de la eficacia de los programas, poco o casi nada se avanza en la comprensión del rol de<br />

formado-res de formadores, no solo referido a su impacto en el aprendizaje docente sino en<br />

su caracterización personal y profesional, se debe reforzar esa capacidad de entendimiento<br />

al aceptar que los formadores son cruciales en las oportunidades de los estudiantes para<br />

aprender, y que las diferencias sustanciales del logro de los mismos son atribuibles a<br />

diferencias entre los profesores, y si se retoman las palabras de Alvarado (2006) el<br />

concepto (formado-res) suele considerarse como sinónimo de formación en servicio,<br />

perfeccionamiento, reciclaje, entre otros. El uso de un término u otro se condiciona al<br />

origen político-ideológico del contexto en el cual se utiliza.<br />

Ahora bien, ante la posibilidad de responder a estos desafíos requiere sustituir el "pensar" la<br />

educación como un espacio aséptico en el que se activan relaciones sociales y formas de<br />

transmisión de conocimientos descontextualizados de la vida cotidiana por un "pensar",<br />

"actuar" y "re significar" las prácticas educativas y el conocimiento como actuaciones<br />

socialmente construidas y legitimadas, en el marco de los supuestos y las condiciones<br />

materiales y simbólicas en que éstas se producen. Ello supone necesariamente un<br />

replanteamiento de la naturaleza de la teoría y práctica educativas y del conocimiento que<br />

como tal las sustenta, y con palabras de Denegri (2005), así como la recuperación del<br />

profesor como agente privilegiado en la transformación de los procesos educativos<br />

intencionados por la escuela.<br />

Se llega entonces a la necesidad de una profesionalización docente, que se constituye en<br />

función de una calificación a ser reconocida, exigiendo de una preparación y de un área de<br />

conocimiento definida. Así, ella establece las condiciones por las que se distingue a un<br />

aficionado de un profesional, y a este nivel, estos saberes están condicionados por<br />

constructos culturales y estructuras sociales, que actúan “como soporte invisible de la toma<br />

de decisiones acerca de contenidos, metodologías, acciones e interacciones que condicionan<br />

la vida de estudiantes y profesores en las instituciones escolares”. (Bobadilla et al., 2009),<br />

pero si bien es cierto y considerando que en la actualidad el conocimiento empírico sobre<br />

qué saben y qué hacen los profesores es escaso; menos disponible es aún la evidencia sobre<br />

qué aspectos específicos caracterizan a un buen profesor o profesora, lo que genera<br />

dificultades a la hora de definir cómo o en qué es preciso potenciar la formación docente<br />

para lograr un deseado tipo de profesional, esto según Latorre (2004), igualmente tomando<br />

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