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saber docente es uno de los núcleos en torno a los cuales se construye la profesionalidad, y<br />

se complementa estos puntos de vista con el de la pedagogía, que está íntimamente<br />

relacionada con la construcción del tipo de sociedad que supuestamente deseamos. Esto<br />

suena obvio, pero es escalofriante cuando miramos la sociedad que hemos construido,<br />

como se pregunta Lleras, (2010), ¿son competentes esos profesionales que se forman o son<br />

resultados de un proceso educativo simple y sin compromiso?<br />

Lo anterior conlleva a indagar que la competencia pedagógica tiene su origen en el sistema<br />

de comportamientos que definen la propia personalidad y ni se complementa ni aumenta<br />

con formación profesional específica; en otros casos, la única fuente autentica del<br />

conocimiento pedagógico que se acepta es la que brota del contacto inmediato e intuitivo<br />

con la práctica y si se considera que la pedagogía es un arte como lo propone Garcia &<br />

García. (1996), esta debe ser complementada con una excelente formación tanto del<br />

docente como del alumno, ayudándose a transformarse, que se salga del común y ayude a<br />

encontrar respuestas a los problemas de su entorno, aplicando para ello algunas prácticas<br />

planteadas por teóricos como Bernstein, (1994) donde indica que se debe analizar el<br />

proceso de transmisión cultural que se opera en cualquier institución y su influencia en la<br />

conformación de la conciencia subjetiva, es un dispositivo directo, el discurso; y cuando se<br />

habla de la transmisión de códigos, se habla de los discursos en las aulas de clase, y allí se<br />

puede evidenciar que existen otros fenómenos como los que se plantean por Villalta (2009),<br />

y señala que pueda existir los intercambios truncos, estos tienen que ver con el débil poder<br />

estructurante que tiene el rol de quien inicia el intercambio. En el caso de la interacción<br />

didáctica, estos dan cuenta de la inestabilidad -o pérdida de poder- del profesor o de los<br />

alumnos en sus respectivos roles. No se trata de ausencia intencional de respuesta a un<br />

pedido informacional, sino de ausencia de confirmación de roles de los interlocutores como<br />

estructura válida para la interacción; también menciona que existen los Intercambios<br />

simples, donde la relación entre los interlocutores se da dentro de situaciones incorporadas<br />

al ritual del comportamiento mental inherente al contexto culturalmente definido, y por<br />

último los Intercambios complejos, donde la relación entre los interlocutores se abre a más<br />

de tres intervenciones que extienden el intercambio.<br />

Si la profesionalización del docente, sustentado con un buen discurso, no permite llegar a<br />

ese horizonte, se debe pensar en un complemento más y ese es la interacción, que puede<br />

entenderse como “la construcción social específica y autónoma, que moviliza y transforma<br />

la cultura a través de la racionalidad práctica de los interlocutores” (Villalta. 2009), y que<br />

para el proceso de educación, no está dada a priori, sino que debe ser entendida como un<br />

camino que se construye a medida que transcurre el proceso de enseñanza y aprendizaje en<br />

el aula, de acuerdo a lo planteado por Coll y Rochera (2000); permitiendo o facilitando<br />

realmente la transformación del discente, sustentado esto por lo que plantean algunos<br />

autores en sus investigación como Goldrine y Rojas (2007), que afirman que esta aparece<br />

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