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La comunicación entre generaciones se vuelve más difícil, y se pierden los asideros que<br />

otrora permitían la transición progresiva y gradual a nuevos estadio históricos. La<br />

incertidumbre provoca el derrumbe de lo compartido, con lo que se corroe el cemento que<br />

antes cohesionaba a las sociedades y a las culturas.<br />

2) El equivocado rumbo del desarrollo económico, que ha provocado la exclusión de<br />

mayorías poblacionales de los procesos sociales, económicos y culturales en países como el<br />

nuestro, no puede más que generar entre sus víctimas sentimientos de impotencia,<br />

frustración e incluso ira que se transforman en crimen y violencia. La angustia de vivir en<br />

sociedades donde priva la inseguridad —de sobrevivencia para los más, de integridad física<br />

para los que algo tienen— a su vez alimenta antivalores de competencia, individualistas, de<br />

venganza y de sobrevivencia del más apto a costa de los más débiles, que claramente<br />

aparecen como de la posibilidad de convivencia armónica.<br />

3) El desencanto con las formas de gobierno que permiten que los individuos se beneficien<br />

personalmente de los puestos que son para el servicio de los demás, que no representan los<br />

intereses de las mayorías, y que entorpecen en lugar de favorecer los procesos de<br />

desarrollo; formas de gobierno en las que por tanto de los países con dictaduras como de<br />

aquéllos con democracias imperfectas (casi todos)—, y la ausencia de alternativas a estos<br />

sistemas, desmorona los valores nacionales y cívicos y genera actitudes de "sálvese quien<br />

pueda", lo que a su vez impide construir sociedad.<br />

Ante esto es imprescindible la importancia de una formación que permita exigir ética en<br />

los procesos de desarrollo social, político, económico y cultural. Si no existe claridad en<br />

valores que deben ser de consenso en sociedades determinadas, se carece de puntos de<br />

referencia de carácter cultural a partir de los cuales formular los criterios de juicio acerca<br />

de las múltiples decisiones, individuales y políticas, que en conjunto va determinando el<br />

rumbo del desarrollo. Somos testigos, víctimas y en ocasiones protagonistas de decisiones y<br />

acciones que conducen el proceso de desarrollo por rumbos que, para la gran mayoría de<br />

quienes se preocupan por juzgarlos, no son éticos. No es ético perpetrar el fraude electoral.<br />

No es ético permitir la marcha suelta del consumismo desenfrenado. No es ético aprovechar<br />

las posiciones de poder y de servicio para enriquecerse personalmente. No es ético procurar<br />

defender intereses personales o grupales cuando éstos afectan los derechos o el bienestar de<br />

otros. No es ético no contribuir o evadir al fisco... No es ético, en pocas palabras, decidir y<br />

actuar con otro criterio que el de la justicia. Las leyes sancionan —cuando lo hacen— a<br />

quienes cometen actos particulares en alguno de estos sentidos. Pero ninguna ley castiga los<br />

grandes rumbos de los procesos de desarrollo. Esto sólo los pueblos, la sociedad, los<br />

individuos organizados, pueden lograrlo. Pero si el pueblo no ha sido formado<br />

valoralmente, en procesos que le hayan permitido asumir los valores conscientemente,<br />

convertirlos en orientadores de actos y decisiones, y compartirlos con otros, se debilita su<br />

fuerza por carecer de criterios de referencia colectivamente asumidos. Tan así que, si la<br />

escuela no forma valoralmente, no hay ética política posible (Schmelkes, 1994).<br />

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